Parte 27

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Estoy totalmente nerviosa, no dejo de pasar saliva a cada rato y mis dedos juguetear entre ellos. Tengo miedo, así es.

Me detengo enfrente de todo el salón, con todos los pares de ojos de las personas presentes en mí. Tomo aire y siento que en algún momento las piernas me van a fallar.

En mi vida jamás me ha gustado exponer. Me pone de los pelos de punta. Y ahora, con la frente en alto pero con el cuerpo como si tuviese hipotermia, suspiro, tratando de traer la calma a mi anatomía que no deja de temblar.

Miro a la maestra, que da un asentimiento de cabeza, proyectando en pantalla la presentación sobre el tema que me tocó exponer.

Me trabé un poco al principio, pero lo que me dio la confianza de seguir sin titubear lo que había estudiado, fue que el mejorcito de la clase asentía, interesado en lo que decía. Eso me dio ánimo a seguir con lo mío.

Mostrando y explicando imágenes, porcentajes en barra y circulares, esquemas y demás.

Lo que más le gustó a la profesora fue el poco texto proyectado y más explicación de mi parte. Al terminar mi turno, los compañeros alabaron mi esfuerzo con aplausos. Ahí volví a respirar de nuevo, sintiendo el oxígeno volver a mis pulmones.

Tomé apuntes sobre los otros temas explicados de cada uno de nuestros compañeros, y les hice un par de preguntas cuando no entendía. Pero fueron pasables, nada complicadas como ciertos compañeros que solo pretendían quedar mal a los que exponían con esfuerzo.

Al terminar la hora, salí prácticamente corriendo hacia la otra que tenía. Y para colmo, el salón no estaba en el mismo bloque.

Para alivio mío y la disminución de vergüenza, yo no soy la única que corre por los pasillos para ir a otro bloque y entrar a clases. Hay maestros más exigentes que otros, y el que me toca ahora, es el peor de todos.

Con la respiración agitada, y con las piernas doloridas por la falta de resistencia en el correr, llegué a tiempo. Me senté en uno de los tantos asientos libres.

Estas dos horas la sentí demasiado largas, no sé si fue por la pereza que tenía o porque el profesor estaba intenso que nunca.

Pero al fin y al cabo, terminó.

—¡Puntsuertmied! —gritan a mi espalda. Mirando a un sonriente Bryce trotar hacia mí —Hola.

—Hola, Carefree.

—Hace como dos horas te vi correr, ¿ibas tarde? —pregunta, ladeando su cabeza.

—No. Pero mi aula no quedaba tan cerca de la que antes estaba, y ese profesor es demasiado exigente con la llegada a clase —le digo, soltando un largo suspiro. Él asiente, entendiendo.

—Si por mí fuera, no entraría a clase —con una ceja levantada, lo miro con incredulidad —Pero desafortunadamente, no podría, porque perdería mi carrera —añade con una sonrisilla inocente. Yo sonrío, negando con la cabeza.

» ¿Estás libre ahora?

Miro la hora en la pantalla de mi móvil —Treinta minutos tengo de libertad —respondo.

—Pues... vayamos a por algo de tomar, tengo sed —sin mi permiso –pero para gusto mío- agarra mi muñeca y me jala de ella hasta la salida de la facultad y, por ende, de la universidad.

No reprocho y dejo que él guie.

No tardamos en llegar a una cafetería. Yo, pido la misma bebida de siempre, haciendo caso omiso a su mirada de reproche; Bryce pide uno de naranja con bastante hielo.

—Ibas bien con la rancha —habla una vez que la mesera se fue. Estiro mis labios en una sonrisa sin apartar estos mismos entre sí.

—Necesito las energías de ese jugo para que restaure la que acabe hace horas —suelto, apoyando mi mejilla en la palma de mi mano.

100 días para conquistarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora