Capítulo 2 (Louise)

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Sus ojos iluminaban aquella noche como la estrella más brillante que jamás hubiera iluminado mi cielo.

Eran café oscuro, y aun así, podía ver brillo en su mirar. Eran unos ojos tristes, penetrantes, y enigmáticos. Todo lo contrario a los míos que eran claros, risueños y abrían una puerta hacia a mi alma. 

Si tuviera que describirme a mí misma en un plano psciólogico, no encontraría las palabras adecuadas. 

Me amaba y me odiaba a la vez. Como cuando amamos el recuerdo de una triste niñez, y odiamos la exasperante vida de una dura adultez. 

Me amaba por haber superado todas las pruebas que la vida me había impuesto hasta el momento, pero, me odiaba porque sabía que podía haberlo hecho mejor y que tal vez, si fuese algo más "abierta", incluso tendría más éxito en todos los ámbitos de mi vida.

No era tímida, todo lo contrario. Me gustaba relacionarme con la gente y descubrir nuevos nombres. Nombres de personas, ciudades, canciones, comidas... ¡Todo lo nuevo me fascinaba! Es bastante parecido a abrir un regalo de navidad cuando eres niño y descubres un juguete reluciente esperando a ser mimado.

A los catorce años me mudé de país. No quiero decir que perdí a los amigos que allí hice, pero, cualquiera sabe que la distancia es lo primero que hace que las personas se vayan alejando. 

Cuando volví a mi país de origen y empecé una nueva vida en un nuevo instituto, la gente parecía amable, pero, por algún motivo, conmigo actuaban con indiferencia y no me sentía capaz de encajar. 

No sé si eran ellos. No sé si soy yo. 

La mancha de tristeza en el alma altera toda realidad que se vive. 

Si tienes el alma manchada de azul, sabrás a lo que me refiero. 

La nostalgía es terrible. El seguir atada a un pasado al cuál ya no podía volver me iba torturando lentamente. 

Sentí que nunca podría sentirme tan amada como lo fui en aquel país. Tampoco lo deseaba, por lo que deje de buscar compañía en personas y me fui encerrando en libros que me hacían volver a sentir, aunque por un pequeño instante, ese fuego que hoy en día llamamos "amor".

Pero volvamos al encuentro y dejemos de hablar de alguien tan banal.

Ese chico desprendía un magnetismo hipnotizante. Ni siquiera me di cuenta de que uno de mis cuadernos cayó por las rendijas del banco y guardé lo más rápido que pude el resto de cosas en mi bolso de tela. 

Pensé que lo que buscaba era una rápida charla de una noche, pero tan pronto como se puso a hablar conmigo, comprendí que todas las palabras que debíamos intercambiar no cabrían en una conversación de una luna.

- Hola. - Me dijo él tomando asiento en el banco, justo a mi lado.

- Hola... ¿Qué haces? - Respondí cerrando mi libreta mientras mis ojos prestaron atención a sus cabellos revueltos.

- Veo que también estás en un parque a mitad de la noche... ¿Tratando de encontrarte a ti misma?

- Sí... eso, intento. ¿Y tú? ¿También intentas encontrarte? - dije tratando de no sonar muy borde a la hora de contestar. Y sí, estaréis pensando que soy idiota por no salir corriendo después de que un extraño se acercase en mitad de la noche a hablar conmigo, pero, mi intuición, o tal vezmi estupidez, me obligaron a permanecer sentada.

- No. No me hace falta eso. Creo que yo nunca me he perdido. - dijo seguro de sí mismo apoyando la espalda contra el banco.

En ese mismo momento tenía que comprender que alguien que hablaba tan seguro sobre su lugar en el universo no podía ser más que un ególatra o algo por el estilo, pero, de cierta forma, esa seguridad me pareció atractiva e hizo que mi cuerpo no pudiera despegarse del banco.

Su último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora