Eran las seis de la tarde y quedamos frente a la tienda de pasteles en la que comimos el otro día.
Tardamos media hora en llegar al destino predispuesto por el camino más corto. Apenas intercambiamos palabras. Creo que estaba nerviosa por volver allí. La idea de visitar una casa cuyos dueños habían muerto hace muchos años no era muy tentadora. Pero sólo allí podría hallar más pistas sobre la mujer que debía contactar.
Cuando llegamos frente a la blanca fachada rodeada por la valla que se había construido gracias a escombros, miré a mi acompañante esperando que fuese él quién diera el paso para entrar en su interior.
- Creo que no podremos entrar por aquí. Hay un candado.
La puerta exterior había sido encadenada y cerrada. La llave únicamente la tenían mis tías y no podía ir a pedirlas porque, probablemente, se negarían a hacerlo.
- Pues hay que saltar la valla. - solté señalándole el obstáculo.
- No es muy alta, pero, para ti, será más difícil.
- Entonces tendrás que ayudarme.
Anthony asintió y se pegó lo más que pudo a la pared de la casa contigua para usarla como soporte. Yo me acerqué a él y me agarré a sus hombros. Ya había saltado vallas antes e incluso metido en contenedores, así que, no sería muy complicado. Él tomó mi pie izquierdo y con el derecho me impulsé de modo a poder saltar la valla.
De inmediato, tras de mí, él hizo lo mismo, apoyando su pie sobre el bordillo de la ventana de la casa azul de al lado.
Cuando por fin estábamos juntos, los dos observamos el patio lleno de trastos rotos y de botellas de bebidas alcoholizadas que seguramente los jóvenes habían dejado allí tras colarse para hacer algún botellón.
La puerta tenía un agujero en la parte inferior que estaba tapado por un cartón. Era como una especie de entrada y salida para los animales, pero, era lo suficientemente grande como para dejar pasar el cuerpo de un ser humano adulto.
Él, viendo mi inseguridad, se agachó y pasó en primer lugar. Yo lo seguí y me ayudó a levantarme agarrándome de la mano una vez dentro de la casa.
De nuevo estaba rodeada de todos aquellos recuerdos que, en algún momento, mi yo interior decidió guardar y archivar para darle espacio a los nuevos que se fueron creando.
Los ojos de las fotos se fueron posando sobre nosotros. Todas esas fotos que estaban en lo más alto de las paredes y que era imposible alcanzar sin la ayuda de una escalera habían permanecido intactas de manos humanas, pero no de las manos del tiempo que las había malogrado un poco.
Me acerqué a una de las fotos que mejor se podía apreciar al mismo tiempo que tu mano y mi mano se encontraron para entrelazarse. La apretaste fuerte y mirabas con inquietud cada uno de los cuadros.
Había incluso de mis abuelos cuando eran jóvenes. Esos eran los que peor se veían.
- Ellos son mis abuelos. Pedro y Ana. - dije mirando sus rostros jóvenes que me fueron siempre ocultos por las marcas del tiempo que en ellos se fueron dibujando.
- Esta casa es como un museo. Hay fotos por todas partes. Da incluso un poco de miedo.
Todas esas imágenes eran como lo que llenaba el vacío de sus voces. No podía recordar sus risas ni sus regaños, pero si las expresiones que ponían cuando reían o se enfadaban.
Cada rincón de esa vieja casa tenía algo. Era casi imposible poner un pie en el suelo sin pisar algún objeto.
Tuvimos que barrer con nuestros pies un camino por el cual subiríamos hasta la habitación de mi tío y poder buscar pistas.
ESTÁS LEYENDO
Su último deseo
Random"Cuando una persona muere, algunos de sus seres más queridos lloran, visitan su tumba continuamente, o cuentan anécdotas de su vida para mantener su recuerdo vivo, otros... le roban. Hace menos de un mes que mi tío falleció y ha manifestado varias v...