CAPÍTULO 7 (LOUISE)

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Era de noche. Habían pasado trece días desde que hablamos en el parque. Desde que nos prometimos volvernos a ver.

Estaba un poco desesperada, pero, se me daba bien fingir. Lo había estado haciendo durante toda mi vida. Fingir que no me importa estar sola o acompañada. Es algo muy común cuando has pasado la mayor parte de tu vida sin nadie a tu lado. Y ahora que se te presenta la oportunidad, te ilusionas rápido, pero, te da miedo.

Te da miedo porque siempre te hicieron creer que no valías la pena y que nadie se fijaría en ti sino cambiabas hasta de grupo sanguíneo.

- Qué frío... - me quejé.

Estábamos a principios de diciembre. El frío intenso que a veces había en Murcia me congelaba hasta los huesos. Pero qué poco duró ese hielo en mí. Qué rápido se derritió al mirar el banco en el que nos conocimos y verte allí sentado, abrigado con una enorme chaqueta de cuero y un gorro rojo, aplastando tus cabellos negros. Llevabas un jersey negro y unos pantalones vaqueros del mismo color. Eras alguien que sabía vestir bien. Incluso podrían pensar al verte que estudiabas artes o algo por el estilo.

- ¿Payasita? - preguntaste sacando las manos de tus bolsillos e inclinándote hacia delante para fijar bien tu mirada en mí.

- ¿Payasita? ¿Qué tipo de apodo es ese?

- No sé, el otro día surgió una conversación sobre ese tema y... hoy tienes la nariz roja.

- ¿¡Qué!? - oculté mi nariz lo más rápido que pude con mis manos y di media vuelta, dándote la espalda.

- ¿Qué haces? Es normal que tengas la nariz así. Por el frío. - te pusiste de pie y te acercaste a mí, colocando tus manos sobre mis hombros y haciendo que me diera la vuelta. - ¿Sabes que estás preciosa?

Mis ojos avellana brillaron más que la misma luna en medio del firmamento. Solo escucharte decir esa frase, me conmovió hasta el alma.

Dejé de tapar mi nariz y bajé mis brazos poco a poco, mientras tú me mirabas sin parar y mantenías tus manos sobre mis brazos.

Nos quedamos en silencio por unos minutos, no haciendo más que mirarnos. No parecías molesto por eso. Todo lo contrario. Y yo no podía esconder que también lo disfrutaba.

Mis manos se deslizaron por tu cintura, rodeándote en un abrazo. Tú te sorprendiste y quisiste decir algo, pero no lo hiciste. Pude sentir que tenías miedo de decir algo que me hiciese soltarte, y no querías que lo hiciera... o al menos eso podía leer en la expresión taciturna de tu rostro. Luego, me abrazaste igualmente por encima de los hombros y me pegaste a tu pecho, haciéndome escuchar el aterrorizado latir de tu corazón, qué daba golpes contra tu pecho, queriendo salir de el.

Siempre te mostrabas tan seguro de ti mismo, pero, cuando estabas conmigo, no podías engañarme. 

- ¿Lou? - terminaste por decir mientras frotaba tu barbilla contra la coronilla de mi cabeza.

- ¿Qué?

- He estado en este banco cada noche... esperándote.

Mis mejillas se tornaron de un color carmesí y aparté mis ojos de los tuyos. Tú suspiraste y me tomaste del mentón, pero esta vez no me obligaste a mirarte, solo deslizaste tus dedos hasta mi mejilla derecha y la acariciaste con tu dedo pulgar.

- Y, ¿sabes algo? No he visto a otra chica bonita aparecer por aquí.

- ¡Idiota! ¡Deja que me vaya ahora mismo!

No me soltaste. No me querías soltar y extendiste tu otro brazo para poder tomar mi otra mejilla y acariciar esta vez mi rostro completo con tus manos.

Su último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora