CAPÍTULO 13 (ANTHONY)

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Habíamos acordado subir a la casa de los abuelos de Lou dos tardes después de la cita que tuvimos. Estábamos cerca de la Navidad y salir de casa sería más complicado que de costumbre. Por mi parte, tendría que empezar a decorar el jardín y el interior de la casa con los típicos adornos navideños, el árbol, el Belén, las luces, las guirnaldas y miles de otras cosas que mi madre había apuntado en una lista que dejó sobre la mesa del comedor antes de marcharse al trabajo. Quise terminar todo rápido para no hacer esperar a Lou. Desde que habíamos empezado a ser amigos, mi vida era mucho más interesante. Al menos así la percibía yo. Sin embargo, mientras sacaba las cajas donde se guardaban los adornos navideños de un antiguo armario que había quedado en el olvido en el sótano, escuché como alguien introducía la llave en la cerradura de la puerta principal y la abría.

Poco después, pude oír la voz de mi padre a lo lejos, diciendo que ya estaba en casa y que si había alguien más. Yo subí de inmediato y fui a verle.

Siempre he admirado a mi padre. Desde que era niño lo he hecho y nunca he dejado de considerarlo mi héroe. También admiraba a mi madre y la amaba sinceramente, aun si lo mostraba poco. No sabía muy bien cómo hacerlo y a veces me ponía triste porque, en serio, quería hacerlo.

En las fechas importantes como cumpleaños, día del padre o de la madre, navidad o año nuevo, a penas me atrevía a darles un abrazo. Pero si necesitaban cualquier cosa, yo estaría ahí, e incluso daría mi vida si fuese necesario con tal de su bienestar.

Cuando vi a mi padre pasar a través de la puerta que separaba el salón de la cocina, sus ojos marrones y cargados por el tiempo, se posaron sobre mí. Yo me acerqué a la mesa de madera en la que solíamos comer y apoyé mis dos manos sobre ella.

- ¿Qué haces aquí tan temprano?

- Hoy salimos antes de trabajar porque la mujer del jefe se puso de parto.

- Ah, ya veo.

Él dejó sus cosas sobre la mesa y luego arrastró una silla hacia atrás para poder sentarse en ella.

- ¿Me traerías un vaso de agua, por favor?

- Claro.

Me dirigí a la nevera y cogí la jarra de agua que estaba más fresca que la que estaba en las botellas. Lo serví en un vaso de cristal y volví a girarme hasta poder ver de nuevo a mi padre. Él parecía bastante cansado y le dejé el vaso sobre la mesa, frente a sus manos.

- Gracias.

Aguardamos unos minutos en silencio y alzó su vista para mirarme algo confuso.

- ¿Te ocurre algo? - preguntó de golpe tras darle el primer sorbo al agua.

- No, ¿por qué lo preguntas?

- Sé que últimamente has estado saliendo más de lo habitual. No quiero parecer un padre controlador, pero, solo me sorprende que de un día para otro salgas tanto cuando antes permanecías siempre en casa.

- Eso...

- ¿Has conocido a alguien?

- Ya la conocía de antes, pero, digamos que ahora somos más cercanos.

- ¿La? Así que es una chica. A ver si un día la traes para presentarnosla.

- Es solamente una amiga.

- ¿Acaso no podemos conocer a tus amigos?

- Eh... ¡Sí! Claro, no quería decir que no...

- ¿Y esos nervios? Je, seguro que es únicamente una amiga. - dijo esbozando una sonrisa traviesa y mirándome burlón.

Su último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora