Capítulo 5 (Louise)

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Cuando fue el funeral de mi tío, la mayor parte de la familia fuimos al Tanatorio. Observé como sus hermanos lloraban y la gente hablaba cosas buenas sobre él. Es bastante curioso teniendo en cuenta de que siempre fue un tipo solitario. Nunca lo vi acompañado y si no fuera por el chismorreo de mis tías, no me habría enterado de que tenía una novia.

Esa mujer era extranjera. Si no recuerdo mal, de Rumania. La familia de mi padre siempre fue muy racista y criticaba a cualquier persona que viniese de fuera de las fronteras.

Siendo pequeña no le daba mucha importancia a esas cosas y me quedaba jugando con sus mascotas cuando íbamos a visitarlas, pero, ahora que me es más difícil poder sentarme debajo de la mesa, debo conformarme con sentarme sobre el sofá y mirar a los perros de mis tías con menos energía que antes y con una mirada envejecida que no pierde su encanto y ternura.

Antes de la misa que le organizaron a mi tío para darle su último adiós, pude ser testigo de las malas lenguas y de los insultos hacia aquella mujer que ni se habían molestado en avisar.

Ella vivía a una o dos horas de nuestra ciudad y supongo que lo único que pudo alertarla fue la ausencia de los mensajes por parte de mi tío.

Yo no decía nada al respecto. A decir verdad, no era de las personas que se quedaban calladas frente a su familia cuando algo le parecía incorrecto, pero no conocía a la mujer y no podía desmentir sus palabras.

La misa terminó en poco más de veinte minutos y todo el mundo fue saliendo del lugar poco a poco. Yo fui la última en salir y recuerdo girar la cabeza para echarle un último vistazo al ataúd.Vi como se lo llevaban por otra puerta y algo en mí se conmovió tanto que tuve que apresurar a las personas de delante para poder escapar al aire libre y respirar para volver en mí.

Sentía una opresión terrible en mi pecho. Era un sentimiento que no había vivido antes. Era como estar en guerra contra la muerte y oír como ella se reía detrás de mí sabiendo que no importaba si reunía la fuerza de mil ejércitos, siempre se llevaría la victoria.

Ese día sí pensé en ti. Me preguntaba qué estarías haciendo y qué harías si estuvieses aquí conmigo. Si el amor que decías que me tenías era cierto, ¿me abrazarías y apaciguarías el dolor de mi alma?

Era una pregunta que se quedaría sin respuesta. No estabas y el ataúd volvió a aparecer ante mis ojos.

Ocho hombres de la familia, sobrinos, hermanos y primos del fallecido, sujetaban el ataúd con sus manos y apoyaban la madera sobre su hombro. Nosotros, al menos los más valientes, debíamos ir detrás.

Yo lo hice. Caminé detrás de él. Mis zapatos negros se confundían con el asfalto de la carretera y mi traje completamente negro era el único entre los demás. Tampoco entendía esa tradición, pero supongo que me vesti así porque siempre me habían dicho que cuando alguien moría, debías llevar negro por unos días.

Era sábado y el sol no era muy fuerte. Más bien había un manto de nubes sobre nuestras cabezas que nos susurraba la llegada de una tormenta.

No había música ni colores. No había sonrisas ni corazones. Solo personas, detrás de otra persona que ya no estaba.

Llegamos al cementerio y no tardaron mucho en enterrarlo. Nadie se atrevió a decir unas palabras. Estábamos todos de pie frente a un hueco que nos recordaba nuestra fugacidad en el universo.

El acto finalizó con mucho silencio, hasta que uno de los niños más pequeños, nieto de mi tía María, se acercó al nicho con unos ojos inmutables y perturbadores.

- Mamá, ¿por qué ya no lo vamos a ver? - soltó en seco, señalando la tumba y esperando una respuesta que pudiese entender.

Nadie supo como contestar. El niño insistió e insistió y no podía soportarlo más, así que di media vuelta y di unos pasos para alejarme del lugar. Luego, una tumba muy distinta a las demás llamó mi atención. Era mucho más grande que las otras. Estaba adornada y las flores parecían frescas. Los pequeños detalles que adornaban la lápida eran de oro y la dedicatoria en ella escrita también estaba en letras doradas.

"Desde que te fuiste, he sentido como si mi propia alma se me escapase de las manos, como si mi propio corazón dejase de latir y que mi propia existencia dejase de existir. Me duele tanto el no escucharte, el no besarte, el no tocarte... Pero lo que más me duele, es vivir la vida sin vivirte.

De tu esposo que te ama, Fernando."

La última frase me hizo sentir escalofríos. Aquello era algo inusual. La fecha de muerte inscrita era de hacía más de treinta años y, por lo tanto, la tumba era la más limpia y adornada de todas.

Sentí la presencia de un segundo y me giré hacia él. Era un hombre muy anciano que sujetaba un ramo de rosas rojas en sus manos y que caminaba hacia mi.

Me quedé inmóvil y la curiosidad por saber si se trataba del esposo de la mujer que allí reposaba era él, fue la culpable.

Efectivamente, él llegó a un paso lento, golpeando su bastón contra el suelo. Llevaba un sombrero gris y unas gafas pequeñas. Su semblante era melancólico y apagado.

Tragué saliva y observé cómo dejó el ramo sobre la tumba, la cual besó con sus labios y acarició con sus arrugadas manos.

- Si supieras cuanto te extraño...de seguro me llevarías contigo para que dejase de sufrir.

Las lágrimas se derramaron de mis ojos una tras otra. Me di un golpe en el pecho con el puño y eché a correr hasta encontrarme fuera del cementerio con mi padre.

Él estaba de espaldas, así que no vio mi malestar y pude rápidamente secar mis lágrimas a pesar de no poder ocultar mis ojos rojizos.

- Tenemos que irnos ya. Monta al coche.

Había acompañado a mi padre al funeral de su hermano porque me pareció que debía sentirse apoyado por lo menos por mí. Fuese real o fuese falso el apoyo que le brindará, también era un recordatorio de que tenía una hija y de que siempre la tendría.

Asentí y me monté en el asiento de copiloto del coche. Miré a lo lejos al hombre que aún hablaba con la tumba de su esposa y me di cuenta de que, aquel día, había visto a dos muertos.Uno lo vi tendido en el lecho y había dejado de vivir hacía tan solo unas pocas horas, mientras que el otro lo vi caminando y había dejado de vivir desde hacía ya treinta años, cuando el motivo por el cual su corazón latía, dejó de existir.

El coche se puso en marcha y pensé que iríamos a casa, pero mi padre me dijo que antes habían planeado con sus hermanas visitar la casa de mi tío para "verificar" que todo estuviese bien.

A todo esto, mi tío vivía en la casa de mis abuelos, en una zona muy antigua y abandonada de la ciudad donde únicamente la gente más pobre habitaba. No había ido allí desde hacía más de once años. Apenas lo recordaba, pero en cuanto crucé la puerta principal, los recuerdos me inundaron la memoria.

Su último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora