CAPÍTULO 15 (Louise)

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Esa noche, al volver a casa, vi una nota pegada en la nevera con un imán que decía;

"Cariño, hoy he salido por unos asuntos de trabajo. No me esperes despierta. Dejé algo de comida en la nevera. Besos, mamá."

No quería sentirme sola después de lo vivido aquella tarde. Necesitaba al menos oír una voz, así que cogí el teléfono y llamé al primer número que me aparecía en llamadas recibidas.

- ¿Sí? - dijiste con tono de preocupación. No solía llamarte. De hecho, casi nunca lo había hecho a menos qué fuese para preguntar dónde estabas cuando habíamos quedado.

- ¿Qué haces?

- Estaba ayudando a mi padre con la decoración de Navidad, ¿y tú?

- Estaba a punto de cenar algo. Mi madre no está y me ha dejado... un plato de arroz con pollo en la nevera.

- Suena bien. Podrías ponerle algún tipo de salsa.

- Creo que le pondré ketchup.

- Estoy un poco ocupado, Lou... ¿Te puedo llam-?

- Quédate.

Ni siquiera te dejé terminar la pregunta y en la última sílaba de "quédate", mi voz se quebró. Supiste que estaba llorando y te asustaste. No sabía por qué estaba llorando, pero, me alegraba el no estar sola a la hora de hacerlo.

- ¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo malo?

No podía responder porque no podía entender el motivo de mi llanto. Estaba con el plato de arroz con pollo en las manos, la cuchara sobre la mesa y el vaso de agua también. Toda mi casa estaba en silencio. Tu respiración se podía oír a través del altavoz del pequeño aparato electrónico que marcaba las nueve y veinte de la noche.

La oscuridad quería absorberme. Quería llevarme con ella hacia un lugar más lúgubre. Por algún motivo, tu voz la ahuyentaba de mi alrededor, y estaba a salvo sabiendo que estabas ahí, conmigo.

No importaban las lágrimas que salían de mis ojos o el dolor de mi corazón. No importaba el silencioso ruido de la noche. Tu voz fue mi salvación, y tuve que haberlo sabido desde aquella noche en que nos conocimos porque, nunca había deseado tanto poder escuchar la misma voz una y otra vez a diario.

- ¿Por qué no contestas? ¿Quieres que vaya a tu casa?

- No. Si mi madre se entera, me mataría.

- Entonces dime qué te pasa. No puedo estar tranquilo si no me lo dices.

- No quiero estar sola.

Es increíble cómo algo que parece tan insignificante puede hacer que un corazón se rompa. Algo tan estúpido como estar cenando sola, algo que ya había hecho miles de veces antes, me hizo ver tan vulnerable ante ti.

Eso creía. Pensaba que te burlarías. Que te reirías de mi miedo. Eras un payaso y casi siempre bromeabas.

Mi corazón latía más rápido en medio de tu voz ausente. Esa voz ausente que respetó mi miedo y quiso encontrar las palabras adecuadas antes de volver e iluminar mi rostro.

- ¿Sabes algo? Tampoco quiero estar solo y desde que te conocí, ese miedo ha desaparecido. (Pero ahora tengo otro... No quiero que te vayas)

Llevé una cucharada de arroz a mi boca, mientras qué con mi otra mano secaba mis lágrimas con un trozo de papel.

- Tal vez conocerme no ha causado lo mismo para ti, pero quiero que sepas que te tengo presente en mi mente a cada minuto del día, y con solo decirte esto, deberías saber que no estás sola, porque siempre estás aquí conmigo, en mi corazón. - dijiste al no recibir respuesta de mi parte.

- ¿Cómo puedes decir esas cosas tan libremente? Me moriría de vergüenza si lo hiciera.

- Alguien que ya está muerto no puede volver a morir, ¿no? Y tú me mataste de amor el día que me miraste con esos ojitos marrones.

- Idiota. - murmuré riendo por lo bajo.

- ¿Quieres qué veamos algo juntos? Un vídeo o una película. Lo que tú elijas está bien.

- No. Solamente quiero hablar.

- Venga, no seas tan frívola. Di más bien que te encanta oír mi voz.

Solté otra carcajada. Aunque era cierto, me daba mucha pena admitirlo. Nada más respondí con otra tontería y seguimos hablando hasta que terminé la cena. Luego, subí a mi cuarto y me tiré en la cama, observando, a través del cristal de mi ventana, las pocas estrellas que aún se podían ver en la ciudad.

La corriente de aire mecía las cortinas y acariciaba mi piel. Tu voz, acariciaba mi alma. Oía esos pequeños cambios de tono que usabas cada qué decías algo que te molestaba o qué te parecía divertido. Nunca me fijé en esos pequeños detalles en ninguna otra persona.

Te pusiste a jugar con tu ordenador para aguantar la noche conmigo y las veces que matabas a un enemigo, oía como te exaltabas y empezabas a gritar eufóricamente. Un par de veces tu padre te regañó y me sacó más de dos sonrisas saber que ese chico tan "desvergonzado" que quiso convencerme de que solía coquetear con todas las chicas lindas que quisiese o que "aparentaba" ser un macho sin miedo a nada, aún pedía perdón y temblaba al oír la palabra "chancla" salir de la boca de su padre.

También me di cuenta de que mis latidos no obedecían más a mi propio sistema sino que habían pasado a seguir el ritmo de los tuyos.

Cuando hablabas tranquilo, mi corazón latía despacio, prudente... y cuando lo hacías un poco más rápido, se disparaban.

Poco a poco, mis párpados empezaron a pesar. Tú te echaste en la cama después de perder cuatro partidas seguidas y de renegar como nunca contra uno de tus compañeros de equipo que, según, no tenía manos.

De nuevo la habitación se fue sumiendo en el silencio. No podía mirarte, pero me imaginaba cómo sería tenerte a mi lado. Me imaginaba el perfil de tu rostro. Tu nariz puntiaguda y tus labios separados para dejar pasar el aire.

Si bajaba un poco más, veía tu pecho subir y bajar, mi mano posándose sobre el y sintiendo mi propia vida en otro ser.

Si subía, veía tu cabello negro despeinado y me imaginaba el aroma a champú de aloe vera que me dijiste que solías usar.

Y en ese momento, cuando te imaginé a mi lado aún en el silencio, sentí que nunca antes la ausencia de sonido, tuvo tanto sentido.

El silencio no era oscuro esta vez. Era más bien agradable. Y comprendí que aunque la mayoría del tiempo la vida de una persona iba a carecer de sonido, no teníamos que buscar escuchar sonidos cual quieras para sentirnos bien, sino que teníamos que buscar a aquella persona que nos enseñará a apreciar lo más bello del silencio para sentirnos vivos.

- ¿Lou? ¿Estás dormida?

- Hmm...

- Buenas noches, payasita. - susurraste antes de lanzar un beso al aire y apagar tu micro para que durmiera bien.

Su último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora