Impotencia

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Solo bastó una palabra de Sesshomaru para que sus hombres se retiraran de los campos de batalla. A los miembros de la armada real se les hizo extraño que el apoyo del oeste les hubiera sido retirado, pero al final pensaron que se trataba de una nueva estrategia que el duque estaba implementando.

La sonrisa de suficiencia de Naraku era insoportable, Sesshomaru hacía lo posible por resistir las ganas de molerlo a golpes. Pero justo cuando el hombre se daba cuenta que estaba a punto de colmar la paciencia del duque, le enseñaba una nueva imágen de Rin en ese horrible calabozo.

La apariencia de la duquesa se notaba cada vez más desmejorada y el sentimiento de impotencia de Sesshomaru, crecía con el pasar de los días. Tenía que hacer algo para deshacerse de Naraku sin que Rin pagara las consecuencias. Sin embargo, no sería tarea fácil. No era que Naraku fuera invencible ni que su plan fuera el más brillante, pero no podía arriesgarse a perder a Rin.

Por su parte, Naraku mantenía una fachada tranquila y burlona, pero el no tener noticias de Kikyo, lo estaba matando por dentro. No tenía idea de cómo había logrado escapar, en un momento estaba postrada en cama, recuperándose de aquella herida y al siguiente, parecía como si la tierra se la hubiese tragado.

Sus frustraciones las desquitaba con el príncipe Inuyasha. Había algo plenamente satisfactorio en torturarlo de distintas formas. Sus gritos de desesperación eran como música para sus oídos. La mejor parte de su día era cuando lo veía arrastrarse hasta sus pies, clamando piedad. 

Naraku sentía su sangre hervir al imaginarse esas sucias manos sobre su adorada princesa. Sabía que ese bastardo le había robado el corazón de su Kikyo y que era su culpa que ella no correspondiera sus sentimientos. Era la persona que más odiaba en el mundo y no lo iba a dejar escapar tan fácilmente. 

Con una patada dejaría inconsciente al indefenso prisionero, para regresar a sus demás labores que no eran tan placenteras por el resto del día. 

La habitación se llenaba de un nauseabundo olor a sangre, cada vez que Naraku entraba. Sesshomaru resistía el impulso de fruncir la nariz con disgusto. Sabía que el hombre se deleitaba con el repudio que lograba causar. No se atrevería a hacer un comentario fuera de lugar y que Rin pagara las consecuencias. Por mucho que lamentara la actual situación del príncipe, no podía desviarse de su objetivo actual, el cual era mantener a Rin a salvo. 

—Su puntualidad y compromiso con la causa me conmueven, su gracia. No me cabe duda de que no pude haber elegido una mejor persona como mi aliado —dijo de forma burlona Naraku. 

—Déjate de tonterías, Naraku. Sabes muy bien que no estoy para juegos. —Su semblante era amenazante y aterrador.

Sin más, se adentraron en una conversación sobre planes y estrategias. Sesshomaru debía admitir que los planes de Naraku eran brillantes. Era una lástima que el maldito estuviera más loco que una cabra.

Sesshomaru por su parte, no pensaba quedarse de brazos cruzados. Ya había puesto a sus hombres en marcha para buscar a Rin. Le seguiría la corriente a Naraku y en cuanto Rin estuviera a salvo, él mismo se encargaría de arrancarles las entrañas, primero a Naraku y luego al maldito desgraciado que se atrevió a secuestrarla. 

—Entonces, una vez que tomemos control total de la capital ¿Qué procede? ¿Asesinamos a toda la familia real? —preguntó curioso.

La expresión de Naraku parecía imperturbable, pero Sesshomaru pudo notar como su sonrisa decayó un poco y sus manos se cerraron en puños, casi de manera inconsciente. Tal como el rey lo había mencionado antes, la princesa Kikyo era su debilidad. Apuntó este pequeño dato en el fondo de su mente. No dudaría en usar cualquier oportunidad para destruirlo aunque esto involucrara lastimar a la familia real.

Me Convertí En La Esposa Del Frío Duque Del OesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora