Estrella

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La princesa Aome pasó dos días enteros buscando por toda la mansión, con la ayuda de Ayame y otros sirvientes sin éxito alguno. La frustración estaba empezando a tomar lo mejor de ella. Había sido una tonta al creer que ella sería capaz de encontrar algo que los guardias no hubieran visto.

«Tal vez debí hacerle caso a ese estúpido soldado,» pensó para sí misma.

Al tercer día de búsqueda, la visita del mago de la torre los tomó por sorpresa.

—Su Alteza —saludó al joven mago, haciendo una reverencia, en cuanto la vio.

—¿Qué hace aquí joven mago? —preguntó Aome con curiosidad.

—Me ha enviado la princesa Kikyo a rescatar a la duquesa del Oeste. Me temo que el futuro del reino depende de su bienestar.

La princesa se alegró de escuchar noticias de su hermana. A estas alturas ella ya la suponía más que muerta.

—¿Mi hermana está bien? ¿Cuándo la viste? El maldito Naraku no se atrevió a ponerle un dedo encima ¿verdad? —Su demacrado rostro volvió a la vida al recobrar la esperanza de volver a ver a su hermana.

—La princesa Kikyo está a salvo y al lado de su padre —le aseguró—, no tiene nada de qué preocuparse.

Aome soltó un suspiro de alivio al escuchar sus palabras.

—Entonces, ¿tiene alguna idea de dónde empezar a buscar a la duquesa? Ya han pasado varios días y nadie tiene pista de su paradero.

—No tengo mucha idea, pero siempre es bueno volver al lugar dónde todo empezó.

—Pero, el lugar ya ha sido revisado por los mejores guardias y nadie ha encontrado nada —le informó la princesa.

—Esos inútiles probablemente ni siquiera sepan dónde buscar. —Llevó su mano a su pecho con determinación en su mirada—. Pero juro por mi vida que encontraré a salvo a la duquesa del Oeste, aunque sea lo último que haga.

La princesa y la sirvienta se llenaron de esperanza. Sin perder más el tiempo, se pusieron manos a la obra.

Riku sacó de su bolsillo un localizador que los magos de la torre usaban para buscar los objetos mágicos creados por ellos. Su objetivo, por supuesto, los cristales de maná que la duquesa usaba para no tener pesadillas.

Una vez logró calibrar el pequeño aparato, para que buscara esas piedras de maná, una luz roja empezó a parpadear de forma intermitente. La señal era fuerte y los guió hasta la recámara de la duquesa.

Justo en la gabeta de un tocador, se encontraba un lote completo de cristales de maná sin estrenar.

—La señora los dejó de usar hace algún tiempo —les explicó Ayame.

Riku suspiró con pesadez. Eso los dejaba como al principio. Se frotó la sien tratando de aliviar el dolor de cabeza producido por pasar días sin dormir ni comer como era debido.

—Debe haber algo que no estamos viendo. —Algo en su interior le gritaba que la duquesa no se encontraba lejos.

Recorrieron la enorme propiedad una vez más, sin ningún tipo de éxito. Al final decidieron descansar un poco en el salón del té. El ingerir un poco de alimento le ayudó al mago a recuperar un poco de fuerzas.

El silencio que rodeaba la mansión era pesado, la tensión era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. En ese instante de profundo silencio, los sentidos del joven mago se intensificaron. Pudo sentir una leve pulsación de magia, justo en ese lugar, donde la duquesa había sido visto por última vez.

Me Convertí En La Esposa Del Frío Duque Del OesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora