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— BUENOS DÍAS, MI AMOR~

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— BUENOS DÍAS, MI AMOR~

Esa voz chillona y molesta le pertenecía a Juan, sí, a Juan, el hechicero venía triunfal a hacer su entrada magistral con montones de maletas a la Isla Naranja, más específicamente al Pollo feliz.

El dueño del local apenas venía saliendo del lugar cuando el grito de su cónyuge lo sorprendió. Miró con rareza al recién llegado, después miró a sus laterales y al final se señaló a sí mismo.

Whats? ¿Me decís a mí? — Preguntó Spreen con incomodidad.

— ¿A quién más, bobo? — Juan respondió obvio acercándose sonriente al oso. El llamado patrón se alejó al instante de él buscando espacio personal.

— Eh, agradecería que no me dijeras más así. — Pidió con poco agrado. — ¿Qué hacés acá vos?

— ¡Vengo a vivir contigo! — Alardeó con falsa emoción. — ¿Qué no leíste el anuncio?

El oso se encogió de hombros soltando un largo suspiro.

— Sí. Pero me parece una pelotudez.

— Claro, a mí también me parece una “pelotudez”, ¡Pero adivina qué, osito! A diferencia de ti a mí sí me obligan a hacer éstas cosas. No tengo otra opción.

« Literalmente la otra opción es perder mis cosas en la lava, que me caigan mil truenos o que me encierren en una mina sin comida con fatiga minera y sin pico otra vez » Pensó Juan con lástima de sí mismo.

El oso se quedó callado mirando fijamente a Juan quien se empezó a incomodar ante la intensidad.

El hechicero por su parte, no lograba entender si Spreen estaba molesto, serio, sorprendido o enojado; claro, la pinche perra máscara culera no lo dejaba ver su expresión.

Se declara hater número uno de esa porquería.

Juan sólo atinó a tomar el silencio como un permiso, y con una sonrisa tomó el brazo derecho de Spreen entre sus manos para sostenerlo con firmeza.

Spreen lo quitó casi al instante con brusquedad.

— Vamos a tu casa, entonces. — Dijo Juan ganándose un bufido de Spreen.

— Yo vivo acá. — Contestó el oso.

Juan se empezó a reír escandalosamente ante lo dicho por su esposo, como si se tratara del mejor chiste que hubiera escuchado en su vida entera.

Spreen no le encontraba lo gracioso.

— … Ya, en serio, ¿Dónde vives? — Insistió el hechicero dejando de reír.

— Acá. Vivo acá.

— ¿En la pollería? — Spreen asintió. — No puede ser, Spreen, ¿Es en serio?

— Sí.

— No me jodas, eres un puto tacaño. — Expresó Juan con repentino repudio. — Tienes un vergo de dinero, un vergo de materiales y un vergo de trabajadores y aún así, ¿No tienes casa propia? Qué puta mierda, ¿No?

Hasta que el profeta nos separe | Spruan [CANCELADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora