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Una luz tenue se escapó a través de las cortinas cayendo sobre sus pesados párpados, sus ojos se abrieron con lentitud, parpadeando una y otra vez para poder adaptarse

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Una luz tenue se escapó a través de las cortinas cayendo sobre sus pesados párpados, sus ojos se abrieron con lentitud, parpadeando una y otra vez para poder adaptarse.

Su mirada recorrió su habitación, extrañado, no recuerda haber ido hacia su casa en ningún momento.

Se sentó tranquilo sobre su cama, llevando una de sus manos a su cabello, apretando su cabeza, había sentido una punzada, como si fuera migraña.

— ¡Ah! ¡Al fin despierta, Patrón! — Escuchó la voz de Mariana llamarlo desde la puerta, lo miró, su rostro reflejaba una sincera sonrisa de alivio, aunque por dentro su empleado festejaba su potencial sueldo por los días y horas extras que al fin serían cubridos. — Ya estaba pensando qué flores comprar para su funeral.

— No me gustan las flores. — Se apresuró a pronunciar, ronco. Su mano derecha recayó sobre su propio rostro tensándose al instante de no sentir su máscara contra él.

Mariana señaló la mesita de noche a un lado suyo.

— Ahí le puse su máscara, patrón. — Spreen asintió, agachando la cabeza para bostezar, tratando de evitar ser visto de más por el castaño. — Ni para qué se tapa, oiga. Ta' bien pinche guapo, con todo respeto y sin el afán de escucharme homosexual, pero de un hombre a otro, le digo, y le imploro que debería de dejar de usar máscara. Pero esa na' más es mi humilde opinión, ¿Ve'a?

— Qué gay se escuchó eso, Mariana. — El empleado solo se encogió de hombros. Spreen tomó de la mesita su máscara, y algo inseguro se la volvió a poner.

La verdad es que a él no le gusta su rostro, pero eso era otra larga historia que contar.

Mariana pegó un pequeño salto recordando.

— ¿Qué horas son? — Preguntó el oso, acomodándose en la orilla de la cama, dispuesto a levantarse.

— Son laaas... — Miró su reloj. — Las 9:52 de la mañana, patrón, ¿Cómo se siente?

— Bien... Supongo que bien, ¿Por qué? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llegué acá? ¿Y quién me puso esta pijama de Hello Kitty? — Soltó en queja al ver hacia abajo y notar que su pantalón era uno de esos lleno de estampados de la conocida gatita, de color rosita.

— Esa fue mi culpa. — Confesó Mariana alzando ambos brazos de manera culpable. — Pero Juan quería ponerle una del Rayo McQueen suya, na' más que esa no le quedó, pos, pinche enano. Así que le presté la mía.

— ¿Juan...?

— Jefe, lo encontramos anteayer todo hecho mierda, casi se nos va con Lucifer. — Comenzó a relatar. — Traía la fiebre muy alta y si hubiéramos llegado un poco más tarde, tal vez sí se nos hubiese petateado. Pero Juan fue el que actuó rápido, y estuvo con usted todo el día hasta que su fiebre bajó. Bueno, más o menos, porque luego el rarito se fue corriendo cuando le tocaba bañarlo, ni supe porqué, igual regresó pero andaba bien misterioso. En fin, la cosa está que estuvo como chicle sobre usted hasta no comprobar que estaba bien.

Hasta que el profeta nos separe | Spruan [CANCELADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora