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La luz del sol golpeó brutalmente lo que aparentemente sería el rostro de Spreen

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La luz del sol golpeó brutalmente lo que aparentemente sería el rostro de Spreen. En ese momento, el oso agradecía profundamente llevar puesta máscara y gorro, de lo contrario estaría lloriqueando por el letal sol.

Habían pasado apenas dos semanas desde el día que cometió la estupidez de casarse. No había sido un gran cambio en su vida, después de todo, admitía que el Profeta tenía algo contra Juan, pues por su parte, no se le había impuesto nada.

Por lo menos no aún.

La mirada de Spreen recayó en la figura conocida del que es (lamentablemente) su esposo, Juan. El hechicero llegó al establecimiento de los pollos con una sonrisa medianamente amable, o eso creyó ver.

— Ya vine. — Fue su forma de saludar al dueño del lugar.

Spreen hizo una mueca.

— ¿Vos otra vez? — Se quejó. Juan se cruzó de brazos haciendo un puchero.

— ¿Y qué tiene? Tú fuiste el que me dijo que debía visitarte.

— De vez en cuando. — Aclaró a la brevedad. — No todos los días.

— Si lo hiciera “de vez en cuando”, el Profeta no se tragaría el cuento de que vivimos juntos. — Pronunció con obviedad. — Es a mí a quien le tiran rayos, no a ti, por eso no lo entenderías.

Spreen se encogió de hombros restándole importancia.

— Me da la sensación de que te gusta pasar tiempo conmigo y por eso inventas cualquier excusa para venir acá.

— ¡Ja! Ya quisieras.

— No, en realidad no. — Spreen soltó un agotado suspiro por el calor. Se había despertado desde muy temprano para aplanar su terreno pues tenía planeado hacer unas modificaciones a su negocio, así que digamos que llevaba bastante tiempo en ello. — ¿Sabes qué? Sí, en realidad sí. — Se corrigió con una idea en mente, ganándose la mirada consternada del mayor.

— … ¿Te me estás declarando?

— No. Pero ya que estás acá, ¿por qué no me ayudas a aplanar?

Juan llevó una mano a su pecho dramatizando su indignación.

— ¿¡Y por qué yo!? Mis delicadas manos no están hechas para ese tipo de trabajos. — Spreen rodó los ojos. — ¿Y tus trabajadores?

— Ocupados en otros trabajos que les pedí.

— Bueno, te jodiste.

Spreen soltó un bufido molesto, pero no le dijo nada más, siguió trabajando y trabajando ante la atenta mirada de Juan.

— Si tu estrategia es esa, no va a funcionar. — Expresó Juan.

Spreen lo miró sin entender.

— No sé de qué hablas.

Hasta que el profeta nos separe | Spruan [CANCELADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora