11. Pétalos de madera.

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Un joven de cabellos rubios camina apresurado por el pasillo de aquel edificio tan moderno, agitando el maletín que lleva con la mano izquierda de adelante hacia atrás. Se sentía agradecido de no tener que ir recurrentemente a aquel sitio, puesto que le sentaba mejor trabajar desde su oficina en su casa; esta era la segunda visita anual que realizaba, y le habían comentado que habían cambiado de dirgiente, lo cual hizo que dé un suspiro de pena, ya que extrañaría un poco al viejo Joseph.

Su visita estaba programada para las 10:00, pero había llegado unos 10 minutos antes, y Dio Brando no era una persona especialmente paciente. Seguro no habría problema si pasaba a la oficina del dirigente, ya que con su predecesor podían darse esa confianza.
Con parsimonia absoluta, abrió la pesada puerta y se coló entre ella, cerrando atrás con sumo cuidado.

Entonces lo vió. El niño prodigio de quien tanto hablaban entre la comunidad de biólogos.
Se observa distraído, con la vista perdida entre los ventanales y el horizonte. Su cabello rojizo parece reflejar la luz del sol con tanta fuerza que siente hasta que le quema el rostro de solo mirarlo; hace juego con su piel pálida, la pecas en su rostro, su figura esbelta. Aquel toma la taza de café entre sus dedos con tal gracia, que parece la más refinada dama del siglo XIX. Y si bien Dio era un gran adorador de la belleza femenina, el individuo frente suyo emanaba una femineidad difícil de conseguir.

Si no hubiera sido tan evidente, quizás Noriaki no hubiese notado su presencia; pero tenía la vista de aquel clavada como un puñal en la espalda, haciendo que voltee algo asustado.

—¿D-disculpe? —pronuncia desde su lugar, algo consternado por el color de aquellos ojos que no salían de encima suyo—.

El muchacho de traje se acerca, no sin antes sonreír. Cada paso que da, grita seguridad y autoestima sumamente elevado; no puede negar que es una figura imponente. Deja su taza de café a un lado, y opta por acercarse hacia él para quedar en un punto medio de la oficina.

—No quise molestarlo. —habló el rubio, a la vez que tomaba la mano del contrario para depositar un suave beso en los nudillos de aquel, como si fuera más bien un mafioso—. Mi nombre es Dio Brando, soy el auditor de la compañía. Un gusto, mi estimado...

Aún después de aquel particular saludo, el joven no soltaba el agarre y esto se volvía incómodo a su vez de grácil para el de ojos amatistas.

—Kakyoin Noriaki, jefe de área. Mi secretaria me había advertido de su visita.

En efecto, no esperaba que la entrada de aquel fuera tan discreta ni previa a la hora acordada, pero al menos se sacaría ese asunto de encima desde temprano.
Le insiste para que tome asiento, a lo que aquel reacciona favorablemente, mientras él mismo busca unas carpetas donde debería anotar algunos datos.

Desde el sillón donde había encontrado sitio, podía ver a aquella figura casi fantasmagórica bambolear por la habitación tratando de tener todo ordenado para la reunión. Se notaba que era la primera vez que hacía este trabajo específico.

—¿Y hace cuánto que estás aquí? —pronuncia, mientras se sirve un café de la mesita ratona frente de sí—.

—Hace seis meses, señor.

—Oh, no hace falta que seas tan formal. No soy mucho mayor que tú.

Noriaki suspira, era una carga mental algo densa tal y como se lo había comentado Jotaro el día anterior en una de sus ya frecuentes (y casi diarias) llamadas telefónicas.
Lo único que podría recriminarle, era que no le habían advertido que el auditor podía ser un genuino acosador.

—Ah...¿Dónde habré dejado esta carpeta? —indaga retóricamente, con el fin de desviar un poco el rumbo de la conversación—.

Pero cuando se da cuenta de la situación, se ve acorralado contra una de sus bibliotecas, con Dio muy cerca suyo sosteniendo aquella carpeta entre una de sus manos, dado que la otra la tiene contra la pared para limitar su posible escape.

A kilómetros de ti. (JJBA) -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora