5. Sentirnos vivos.

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Recién al mediodía el sol había logrado hacerse visible entre tantas nubes oscuras las cuales habían reinado esos últimos días en los cielos de Europa.
Ahora, ya siendo alrededor de las seis de la tarde, los rayos tenues se deslizaban entre los restantes cuerpos nubosos teñidos de un anaranjado oscuro, digno del clima invernal de febrero.
Los tonos naranjas surcando el cielo daban sus últimos suspiros de calor antes de caer el anochecer, dejando los restos de luminosidad en el piso 13 de aquel edificio vidriado.

Ya observando como el atardecer se diluía en morados y rosas, Jotaro encendió la luz de la sala de estar, ya que la de la cocina estaba prendida de hace rato debido a su permanencia allí.

Mientras volvía al mencionado sector, fue desatando los nudos de su delantal oscuro para luego colgarlo en el pequeño gancho dónde tenía también los guantes para el horno.
Extendió su mano hacia la mesada y tomó entre sus dedos, elegante como si alguien lo viera, la copa de vino que vació de un solo trago.

Cuando quiso volver a llenarla, el sonido del cronómetro indicó que el contenido dentro del horno debía estar listo. Acto seguido, se colocó un guante, abrió el artefacto y de allí extrajo la bandeja que despidió un cálido dulce aroma.

Cuidadosamente la depósito en la mesada y apagó el horno. Tendría que tomarse su tiempo para apreciar lo perfecto que se veía aquel postre para ser la primera vez que lo hacía.

Y sí, Jotaro conservaba una cierta pasión por la cocina. No iba a negar que le gustaba pero como no solía tener tiempo para dedicarle, no podía destacar en ello.

Días como aquél, en los que tenía libre le gustaba preparar comida en cantidades considerables (recordando que casi siempre era sólo él) para colocar en el congelador y sacar de a poco en los días que llegaba tarde o no tenía ánimos de ponerse en plan de elaboración.

Pero ese día tendría visitas, aunque no novedosas, a quién debía agradecerle el cuidado de su morada durante dos días pese a no haber sido un desbordante esfuerzo...y que si sus sospechas eran ciertas, habría aprovechado muy bien su carta de posibilidades.

Aún sumergido en sus teorías, logró percibir el sonido del timbre del departamento como si lo tuviera en el oído.

Al abrir la blanca puerta se encontró a su invitado con su típico peinado abundante de spray para el cabello y aroma a lino, vestido como para ir al Polo Norte y quedarse parado en el medio de un témpano durante horas sin llegar a sentir ni un poco de frío.
Pero lo más llamativo de todo era la sonrisa brillante que parecía ocuparle la mitad del rostro de tan grande que se veía. Era eso, o que sus ojos emitían un resplandor inusual capaz de producirle a Jotaro un profundo asqueo. Demasiado feliz.

El biólogo sólo hizo una mueca de desagrado, acompañado del ademán agitando la mano para que su contrario se hiciera paso por la entrada; orden que no se hizo esperar. Tras suyo, el de cabello oscuro cerró la puerta mientras su ceño indicaba que estaba esperando un saludo normal.

-Qué calor hace aquí dentro.- exclamó el rubio mientras iba despojándose de sus abrigos como si fueran capas, hasta quedarse solo con la camiseta color verde agua que llevaba abajo de las dos chaquetas y el sweater, los cuales arrojó sobre el sofá-

Jotaro no renegó por esa actitud, pero aún así carraspeó para ver si su contrario caía de una vez en que debía conservar sus modales.

No lo consiguió.

A veces Giorno era algo distraído y eso no le molestaba en absoluto, pero con solo observar en aquellos dos minutos su semblante pudo notar que el adolescente estaba en el punto más alejado de la galaxia de Andrómeda, soñando despierto, o perdido en el indómito espacio.
Aún con los ojos clavados en el suelo sin visible entretenimiento alguno, la sonrisa que llevaba puesta no se borraba ni por más que Kujo carraspeara diez veces.

A kilómetros de ti. (JJBA) -JotaKak-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora