Capítulo 36. El poder del guion

94 26 80
                                    

Sentí un rayo de luz colarse por la ventana dándome directo en la cara, apreté los ojos y me cubrí con la almohada.

—¡Señorita Ruth!, ¿sigue dormida? —Dolores me quitó las cobijas de un jalón. Me removí en la cama como tlaconete con sal.

—Basta Dolly, déjame dormir —Intenté taparme nuevamente, pero Dolores me lo impidió.

—¿Dormir? —profirió indignada—, pero si debería estar en la escuela.

—No me quiero levantar, no iré a clases —gruñí aferrándome a la cabecera.

—¿Cómo que no va a ir? —reprochó Dolores cruzándose de brazos—. Sus padres no me comentaron nada —siseó con escepticismo.

—Por favor, no tengo ánimos —Me senté en la cama y apoyé mi cabeza en su hombro—. Además, ya no tiene caso, es demasiado tarde —comenté rastrándole importancia.

—Señorita Ruth, ¿por qué no quiere ir? —inquirió y frunció los labios con desconfianza—. ¿Acaso la tratan mal?

—No, solo no me siento bien —respondí sobándome las sienes como si me doliera la cabeza—. No pude dormir —añadí dejando escapar un bostezo.

—Ajá, y ¿por eso tiene los ojos hinchados? —chistó no muy convencida—. Niña, su mirada la delata.

Pensé inventar una mentira, pero Dolores es un sabueso para detectarlas.

—Me duele un poco la cabeza y otro tanto aquí —mascullé poniendo mi mano sobre el corazón—. Todo esto es más grande que yo; el juicio, Martha, y Lukas...

—¿Y quién es Lukas?

—Mi novio, más bien, exnovio —balbuceé sonriéndole con languidez.

—Ya verá que cuando todo esto pase...

—¿Y mientras tanto? —me quejé encogiéndome de hombros y ella me abrazó por la espalda con calidez—. No sé cuánto más soportaré, cada día que pasa es peor que el anterior.

—Tranquila niña, iré por unas bolsitas de té de manzanilla para bajarle la hinchazón —dijo acariciándome la mejilla.

—Gracias.

Tan pronto como Dolores salió de mi recamara, me dirigí al tocador para ver mi imagen frente al espejo, tenía los ojos tan hinchados como Rocky Balboa en el décimo round, así que fui al baño a lavarme la cara.

No vuelvo a dormirme llorando.

—No más lágrimas —me dije a mi misma golpeándome los cachetes—. Basta de llanto, basta —Tomé un pañuelo y me soné la nariz.

De pronto, escuché un golpeteo contra el cristal, lo primero que pensé fue que era mi amigo el cuervo. Un día me encontré con un cuervo en mi balcón, lo alimenté con un puñado de almendras, y desde ese día solía visitarme. El cuervo picoteaba la ventana de mi habitación, como pidiéndome que le diera más comida.

Corrí la cortina y me encontré la figura de un joven de espaldas del otro lado de la ventana.

—Ruth, ¿puedo pasar?

—¿N-Nick? —balbuceé confundida al verlo en mi balcón. Abrí la ventana y él entró de lo más casual, como si fuera su casa—. ¿Cómo es que entraste?

—El poder del guión —comentó divertido.

—Hablo en serio —rodé los ojos con fastidio.

—Desde que la hago de Romeo, me gusta eso de subir por los balcones —me guiñó un ojo y me sonrió de manera ladina.

Fragmentos de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora