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La espalda sudorosa de Juan se había curvado por inercia, cuando el oso pegó su pecho desnudo contra esta

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La espalda sudorosa de Juan se había curvado por inercia, cuando el oso pegó su pecho desnudo contra esta.

Los gemidos de Spreen recayeron contra el oído derecho del hechicero, quien sumiso, no podía evitar aumentar su libido por tan perfecta voz, que podía ser melódica si era aguda, pero era un doble filo cuando su portador no era nada tierno en comparación a su tono.

El oso lo estaba empujando hasta su límite. Y no tenía mucho que ambos habían despertado.

Pero para el hechicero fue demasiado tentador despertar a lado de un Spreen desnudo, completamente indefenso, que cuando se abalanzó sobre él, el pelinegro lo recibió gustoso.

Ahora era el morocho el que lo tenía sometido debajo suyo.

El morbido sonido de la piel sonando una contra otra al golpearse tras cada penetración, hacían a Juan aferrarse violento contra las sábanas de la cama.

No podía hablar, de entre sus labios solo salían balbuceos que se ahogaban en gemidos de placer.

El puro roce de sus endurecidos pezones contra la fría cama, lo estaba excitando.

Y eso hacía sentir a Juan un depravado.

Un mar de éxtasis sin culpa, bañó pronto en pecado sus cuerpos sudorosos. Y tan pronto el oso sintió que estaba por correrse, hundió sus dedos en el cabello del hechicero, para jalar sus tiernos mechones desde la raíz, apartando su cabeza de la almohada, almohada en la que hundió sus ansiados caninos, saciando su instinto por morderlo.

Juan jadeó intentando controlar su agitada respiración cuando el pene del más alto abandonó su interior. El cuerpo de Spreen cayó suave sobre el de Juan poco después de que el híbrido dejó de morder la almohada. El castaño llevó sus manos a la espalda de Spreen, y lo abrazó; exhausto, se limitó a suspirar.

Ninguno de los dos dijo nada, ambos permanecieron en la misma posición, sin hablar.

Solo se podían escuchar a sus agitadas respiraciones hacer eco en la habitación.

Juan miró por encima de la espalda de Spreen, en dirección a sus pies, ahí, frente a la cama yacía un enorme espejo, casi del tamaño de la pared, algo descarado que logró sacarle una sonrisa a Juan.

La verdad es que el oso sabía que el hechicero tenía un fetiche por verse a sí mismo frente al espejo mientras tenían sexo, por lo que había no solo construido una habitación para ambos, si no que colocó un espejo frente la cama, para complacer a Juan. De alguna manera, al castaño le excitaba verse dominado por alguien.

Aunque en gran parte, Juan también amaba ver en el espejo el rostro de Spreen, ya que normalmente cuando tenían sexo, la posición del “perrito” le impedía ver la cara del híbrido, y para Juan, lo que más le gustaba del sexo, era la imagen de él, el rostro de su amante.

Deseo Profundo | SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora