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Si existe algo que vuelve loco al instante a Juan, en definitiva, eran los “hombres grandes” como él los denominaba

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Si existe algo que vuelve loco al instante a Juan, en definitiva, eran los “hombres grandes” como él los denominaba.

Esa sensación excitante de sentir cómo unas manos fuertes aprietan firmes sus caderas, mientras está frente a esos gloriosos pechos gigantes impregnados de colonia atractivamente masculina, lo metían a un mundo de libido del que le era difícil salir.

Y si sumamos que su dominante sabe bien lo que hace, para el hechicero era más que solo un banquete.

Podía destrozarlo si eso quisiera, y él se lo agradecería, como justo deseaba hacerlo en ese momento.

— D-Deja de jugar, R-Reb. Me estás haciendo v-ver como una zorra. — Soltó Juan entre jadeos placenteros cuando su vientre golpeó una vez más contra el escritorio frente de su cama.

Por debajo, donde sus piernas tropezaban por sus pantalones deslizados, la mano del hombre detrás suyo le daba amor a su goteante erección que le provocaba escalofríos por cada nuevo contacto.

Entre sus piernas cerradas estaba el pene erecto del más alto, rozando sus bolas por cada embestida que ofrecía.

Podía sentir el líquido lubricante mojar el medio de sus piernas mientras el pene entre ellas se deslizaba descaradamente provocando esos morbosos ruidos escurridizos que lo hacían gemir necesitado por ser penetrado.

— P-Por favor... P-Por favor solo- ¡Ah! Métela. — Rogó Juan moviendo sus caderas hacia atrás para restregarse contra la pelvis del otro castaño, tentándolo. — ¡R-REB!

El chico soltó una suave risa, sacando su pene de entre las piernas del hechicero; de la bolsa de su traje azul, tomó un condón, lo abrió, y mientras se lo ponía, habló ronco:

— No tienes ni idea de lo mucho que me prende tu voz. — Confesó excitado, masturbando su propio miembro contra la cálida y previamente preparada entrada del mago, alineandolo. — Eres tan lindo que quiero comerte, pero también quiero cuidarte...

Juan se rió, girando ligeramente su torso hacia atrás para jalar del cuello a Reborn acercándolo a su rostro sátiro, sonriente.

— No me cuides. Destrozame. — Y con eso dicho, él mismo se presionó hacia atrás para penetrarse de golpe gimiendo contra los labios del mayor.

A Reborn le tomó tres segundos procesarlo antes de besar a Juan y empezar a empujarlo con sus caderas hacia adelante. Su mano dejó libre el pene del mago para sujetar su cadera, manteniendo un ritmo duro en cada embestida, su otra mano se adentró al suéter gris del menor, y con experiencia acarició los duros pezones del chico, arrancándole gemidos de placer.

La habitación se llenó de sonidos vergonzosos que a cualquier intruso sonrojaría. Las maldiciones que el mago soltaba, junto a los gemidos de Reborn, ponían el ambiente perfecto para aquel excitante encuentro.

Deseo Profundo | SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora