Especial San Valentín

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— Tan solo déjame ir, Juan

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— Tan solo déjame ir, Juan... — Verbalizó casi en un susurro. — Dejá toda esta mierda de lado, olvidá todo esto, y soltame de una, por favor.

— ¡N-no! ¡N-no puedo!

— Sí. Sí, podés. — El mencionado hombre se aferró con más fuerza a sus piernas, poniendo a prueba la paciencia del más alto. — No me obligues a usar fuerza, Juan...

Pero no se inmutó.

— Juan...

De nuevo, no hubo respuesta.

El único eco en el cuarto era el producido por el llanto del abatido castaño.

— ¡La re puta de tu vieja, Juan! — Soltó el hombre de cabello oscuro con rabia en su voz, antes de patear al más bajo lejos de él.

Sin deseo, marcó ligeramente su piel por el impacto de su fino calzado contra el pecho duro del castaño.

El nombrado Juan tosió con dureza, aumentando su llanto, mientras que el agresor salía huyendo del cuadro.

Y entonces...

— ¡CORTE! ¡LO TENEMOS! — Anunció el director de escena, emocionado por el resultado. — ¡BIEN, MUY BIEN! ASÍ DEBÍA DE SER. ¡DIOS! TODA LA TARDE REPITIENDO ESTO. AL FIN QUEDÓ PERFECTO.

Juan se permitió sonreír desde el suelo, disimulando una mala mueca de dolor. Una mano grande y masculina que reconocía a la perfección le ofreció una ayuda para levantarse; al alzar su mirada se encontró con el rostro preocupado de su coprotagonista.

— ¿Te duele mucho? — Le preguntó el de diadema de oso una vez se levantó del suelo, tomándolo de las mejillas para comprobar que todo estuviera bien.

Juan negó suavemente.

— Estoy bien. Te dije que si me pateabas de verdad la escena iba a quedar mejor. — Se burló el castaño alejándose del más alto. Spreen suspiró pesado.

— ¿De verdad no te duele nada?

La expresión de culpa y verdadero desasosiego del menor, ablandó el corazón de Juan, derritiéndolo en latidos cálidos de seguridad.

Dios, ¿Cuánto más podría amar a su esposo?

Un suave beso cayó sobre los labios del pelinegro, dándole la certeza de que estaba bien.

— No... Pero si te sientes culpable, ¿Por qué no me lo recompensas esta noche después de la entrevista y me invitas a cenar? — Sugirió coqueto, jugando con los bordes del cuello de la camisa ajena. Spreen limpió los párpados de su pareja que aún estaban rojos y ligeramente inflamados por haber estado llorando toda la tarde, y después asintió.

— Perdón... Por patearte...

— Oh, ya. Olvídalo, no es nada...

— Perdón...

Deseo Profundo | SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora