Deseo Profundo

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La primera vez que lo vió se hizo soltar descaradamente un suspiro, un jadeo, un aliento robado por la preciosa fragancia de un adonis espontáneo, puro, perverso, deliciosamente cruel.

Fue la expresión de un cortés saludo lo primero que los conectó y, sin saberlo, los sentenció a ser esclavos de su propio deseo.

Un híbrido de oso y un hechicero, con un enorme vacío en común.

Eran casi nulas las palabras entre los dos.

Pero había algo innegable, y es que cuando estaban cerca, en cualquier escena, cualquier evento, cualquier momento, sus miradas luchaban entre la sombra de la multitud, por tocarse, por desnudarse, por devorarse.

Un vicio tedioso del que anhelaban librarse.

Juan lo esperó, con paciencia desde temprano por la mañana, siendo el tonto leal que siempre fue con el oso.

Spreen llegó agitado, había corrido demasiado rápido para ir a verlo. Juan notó una marca roja en la mejilla del oso, pero prefirió no comentar nada al respecto.

Supuso que esa delgada mano pertenecía a Sweety.

El hechicero lo invitó a pasar, con una enorme serenidad que le puso los vellos de punta al oso.

Juan no decía nada, por el contrario, tomó la mano de un extrañado Spreen y lo llevó con él hasta la parte trasera de su santuario, donde el Puerco Araña solía jugar.

Donde por primera vez, Spreen había tocado a Juan.

El lugar de las fotos.

— ¿Desayunaste? — Habló el mago finalmente. Spreen se vio sobrecogido tras percibir aquel pasivo tono con el que Juan le estaba hablando, era suave, tierno, agudo, extraño en una persona que usualmente sonaba con agresividad.

— S-sí... — Carraspeó. — S-Sí, yo sí, ¿Y vos? — Trató de vocalizar con nerviosismo, ¿Por qué? ¿Por qué su voz se había roto? Sus oídos vibraban placenteros, ¿Fue acaso la dulce voz de su amado lo que le había alterado cada célula de su ser?

Juan le sonrió, tan espontáneo y perfecto como siempre.

El mago asintió en un suave movimiento con su cabeza. Se había alejado del cuerpo de Spreen, ante su atenta mirada apreciativa.

Mientras por su parte el oso vestía como solía hacerlo la mayor parte del tiempo (camisa amarilla, pantalones negros, corbata, zapatos y cinturón), el hechicero se había vestido con la ropa del menor, usando aquel buzo de colores negro y azul con cuadros que llegaba hasta su trasero, y un sencillo pantalón de mezclilla acampanado.

Ahora que lo miraba bien, Juan se veía demasiado lindo con su ropa.

Pero los pensamientos del menor se interrumpieron cuando el castaño de extraordinarios ojos regresó a su lado, con una grabadora entre las manos.

— ¿Qué hacés? — Preguntó Spreen confundido.

Juan se encogió de hombros, poniendo la grabadora sobre el pasto, a un lado de donde se encontraba el Puerco Araña; acarició a su mejor amigo, después apretó un botón y cambió su expresión a una raramente seductora.

El oso alzó una ceja, cruzado de brazos, cuando una conocida tonada, empezó a sonar.

Juan se acercó a él a pasos coordinados, mientras su boca se movía al ritmo de las vocales que el cantante de la canción pronunciaba.

— ¡Hola...! Me llaman Romeo, es un placer... — Tomó la mano del menor, y la besó, sonriendo. — conocerlo.

Spreen sonrió conteniendo la risa.

Deseo Profundo | SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora