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Los pasos del alto hombre se hicieron notar al crujir de la madera que pisaba, entre más se aproximaba a la muralla que abrigaba elegante el santuario del hechicero supremo, más clara se hacía la voz melosa de su hermano.

— Noo, tonto. — Hablaba Juan caminando en círculos alrededor de una de sus estatuas de dragón, con el celular pegado en su oreja, sonriente. — Eso no. Cenemos otra cosa.

Drako optó por volar un poco por encima del muro, burlando la puerta mecanizada, y parándose frente al más bajo, quien ignoraba su presencia.

— Que no, pinche oso, cómo chingas. — Drako alzó una ceja. — Entonces pidamos ambas cosas, lo que tú quieres y lo que yo quiero... Sí, más fácil. Todo pendejo, pero así te quiero... ¡Pelotudo tú! Quedaste de preparar la cena y nada más andas de preguntón. — Juan finalmente le puso atención a su hermano, abriendo ligeramente la boca por la sorpresa. — Ya, está bien... Sí, yo llevo lo demás. Ajá. Te dejo, mi amor, mi hermano está de visita. Sí, nos vemos en la noche, hasta luego, ya basta, pinche joto. Bye.

El mago colgó, guardando su celular.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó Juan con extrañeza al verlo con ropa casual.

Unos pantalones holgados color gris y una camisa de manga corta negra eran la presentación del mano derecha (desplazado) del profeta, bastante estrambótico, de hecho.

Drako se encogió de hombros.

— Quería ver cómo estabas, pero por lo que oí, andas muy bien con tu noviecito ese. — Se burló arrancándole una risa avergonzada al más bajo entre los dos.

— Sí... Afortunadamente sí.

La sonrisa de Drako decayó progresivamente.

— ¿Qué pasa? — Cuestionó el de menor estatura. El más alto suspiró.

— Estoy preocupado por ti. — Confesó Drako. Juan frunció ligeramente el ceño ante aquello.

— ¿Por mí? ¿Por qué?

— Pronto llegara la fecha donde mataremos a nuestro padre, y noto que ignoras el tema... Juan, ¿De verdad estás seguro que estás listo para hacer esto?

El hechicero se quedó en silencio, pensando una respuesta.

No, no lo había olvidado. Con tanto problema amoroso había desplazado el tema de su padre por un lado, en gran parte lo había hecho a propósito, pues la idea de tener que matar a aquel hombre no le gustaba.

Aunque a Juan le costara reconocerlo, se había encariñado mucho del Profeta.

Pero todos sus amigos lo querían muerto, lo necesitaban muerto.

Y él no podía fallarles, mucho menos a Spreen, su novio.

Sabía de sobra que Drako tenía un gran rencor hacia el profeta, esto después de darse cuenta del hijo de puta que en verdad era, por algo su hermano se había unido a su plan de asesinato, en el que el “hijo pródigo” del profeta se ganaría la confianza de su padre hasta volverlo vulnerable y darle el golpe de gracia; pero Juan no era Drako, él era incapaz de guardarle rencor u odio a alguien por demasiado tiempo.

Juan había perdonado hace mucho a su padre, y había aprendido con el tiempo a quererlo y aceptar sus sabios consejos.

Eso era lo que preocupaba a Drako.

Que Juan estuviera obligado a hacer algo que no quería, y no podía.

— S-sí... — Aclaró su garganta. — Sí, estoy listo.

La duda en el tono del hechicero provocó una mueca de desagrado en el rostro del más alto.

Decir que la relación de Drako y Juan seguía siendo la misma después de saberse que ambos son hermanos, era una mentira. Sí, peleaban, pero de alguna forma con el tiempo habían empezado a ser más unidos.

La preocupación de Drako era genuina.

— Juan. — Lo nombró con suavidad. El mago paradeó múltiple, nervioso. — Si algo está pasando, ¿Sabes que puedes hablarlo conmigo, verdad, mamahuevo?

Juan sonrió limitándose a asentir.

Algo estaba mal...

Drako lo sabía; y no era solo por el tema de su padre, algo más le pasaba a su hermano, pero no quería abrumarlo con un enorme cuestionario sobre su vida.

El mayor entre los dos suspiró, acercándose al más bajo para acomodarle el sombrero de brujo que traía puesto.

— Bueno... A ver si tragas pito esta noche y se te quita esa cara de pajero que traes. — Soltó Drako en un tono de broma que provocó un bufido de parte del castaño, apartándose de él.

— El pajero eres tú, no te proyectes. — Respondió Juan haciendo un puchero con los labios.

Drako le dio un empujón amistoso en respuesta, diciendo:

— Espejito rebotín. — De entre sus dedos, la protección de un pequeño espejo se vio dibujada frente el rostro del incrédulo castaño, quien aún no asimilaba lo infantil que en veces era su hermano.

Pero no se podía quejar, él era igual.

— Pendejo. — Y con eso dicho, ambos se rieron, siguiendo platicando entre bromas y falsas peleas.

Hasta que Drako decidió irse del templo de Juan.

Pero pregunta fastidiosa, no paraba de hostigar dentro de su cabeza.

¿Qué es lo que tenía tan extraño a su hermano?

Deseo Profundo | SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora