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—Sí, nos encontraste —le dijo Percy al niño tratando de que su sonrisa no fuera tan forzada—. Ya nos tenemos que ir. Nuestros padres nos están llamando. ¡Diviértanse!

   Percy empezó a correr de camino a su casa y Louis no tuvo más opción que seguirlo.

   —¡Percy! —le gritaba Louis al ver que iba demasiado rápido—. ¡Percy, espérame!

   Pero siguió corriendo hasta que llegó a casa y apenas podía mantener su respiración. Rodeó la casa y llegó al jardín de su casa que tanto amaba. Louis lo siguió también demasiado cansado como para seguir corriendo.

   Percy dejó su espalda posarse sobre la tosca corteza del naranjo y cerró sus ojos como si así pudiera hacer desaparecer lo que había visto. Louis se sienta sobre el césped frente a él.

   Poco a poco el sol se va desvaneciendo y cada vez todo se torna más oscuro y frío. Ambos siguen sentados allí sin decir ni una sola palabra.

   No es hasta ese momento en el que Louis se fija en todos los pequeños detalles de su alrededor. Aquella sensación extraña del césped, las brillantes flores que decoran todo el jardín o lo gran y viejo que es el naranjo. Luego se fija en Percy, parece haberse quedado dormido. Su respiración es mucho más tranquila.

   Siente algo húmedo caer encima suyo y cuando levanta la vista ve como pequeñas gotas de agua caen sobre él. Había escuchado la lluvia con anterioridad, los truenos, pero nunca lo había visto.

   Louis siempre había pensado que la lluvia solo caía de las nubes, no pensó que las personas también podían llover, hasta que vio el rostro mojado de Percy.

   —¿Estás bien?

   Negó con la cabeza.

   —¿Quieres un abrazo?

   Esta vez asintió.

   Louis se acercó un poco más a él y lo rodeó con sus brazos. En cuanto lo abrazó lo escuchó sollozar y su corazón se rompió por un momento. No le gustaba ver a su amigo así. Le gustaba el Percy sonriente, el Percy aventurero.

   —El amor no existe, Louis —murmuró Percy.

   —¿Por qué dices eso?

   —Yo pensé que mi padre amaba a mi madre. Él siempre le compra regalos. Siempre le dice que la ama. Le gusta ponerle las flores más frescas en su cabello y trenzarlo. Pero ahora lo veo con otra mujer que no es mi madre... ¿Por qué?

   —No sé.

   —El amor es tonto.

   —Yo no creo que el amor sea tonto. Mi mamá y mi papá se aman. Tal vez no se compran regalos, ni dicen que se aman, ni le ponen flores a sus cabellos, pero sé que se aman.

   —¿Cómo lo sabes?

   Louis se encogió de hombros.

   —Se ven felices cuando están juntos. Eso es todo supongo.

   —¿Entonces estar enamorado es estar feliz junto a alguien?

   —Yo creo que sí.

   Louis escuchó a Percy reírse y se separó de aquel abrazo para ver qué era aquello que le causaba tanta gracia.

   —¿Por qué te ríes?

   —Es que nosotros somos felices estando juntos, pero no nos amamos. El amor debe ser otra cosa.

   —Quizás lo entendamos cuando seamos más grandes.

   —Creo que no quiero enamorarme. Yo solo quiero estar contigo por siempre, eso me hace feliz.

   —A mí también.

   El cielo ya estaba oscuro y las nubes cubriendo la luz de la luna lo hacía ver más oscuro aún.

   —Creo que deberíamos entrar —le dijo Percy.

   Dejando huellas de barro por todos los pasillos, llegaron a la habitación de Percy. Este le prestó ropa limpia y le dio una toalla para que secara su cabello.

   Cuando Louis abandonó la habitación de Percy para ir rápido a la suya, se dio cuenta del desastre que habían hecho. Seguramente Percy se encargaría de ello.

∘◦❁◦∘

Percy estaba haciendo su tarea esperando a que lo llamaran a cenar y estaba por levantarse cuando escuchó pasos cerca cuando se da cuenta que es su madre.

   —Percy, ¿qué te he dicho de entrar con los zapatos con barro a la casa?

   —Lo siento.

   —Tu padre quiere hablar contigo.

   —¿Conmigo?

   Percy sintió el pánico apoderarse de sí. ¿Acaso había una posibilidad de que lo había visto?

   —Sí, no tardes mucho.

   Salió de su habitación siguiendo a su madre hasta la sala de estar. Ahí estaba su padre sentado con el periódico en mano. En cuanto lo vio llegar, dejó el periódico a un lado y le dio una sonrisa tan cálida que dudaba que aquel hombre fuera su padre.

   —Cariño ¿puedes dejarnos un rato a solas?

   Su madre dejó el lugar y quedaron solo ellos dos.

   —¿Qué era lo que tanto querías, Percy?

   —¿Yo?

   —¿Ves a alguien más aquí?

   —Me gustaría ir a la escuela. ¿Por qué?

   —Mañana voy a inscribirte a la escuela.

   —¿¡En serio!?

   Su padre se estaba comportando de manera extraña. No es que fuera muy frío la mayoría del tiempo, pero nunca cambiaba de opinión respecto a nada. Y que decidiera meterlo a una escuela pública cuando toda su vida le había dicho que no, era sumamente raro.

   —Solo si prometes no decir nada.

   —¿Nada?

   —Sabes de lo que estoy hablando.

   Lo había visto.

   —Y yo no diré nada de que te escapaste de casa.

   Al menos no lo había castigado. Al parecer tampoco se dio cuenta de Louis. Entonces todo estaba bien. Ambos ganaban.

   —Trato.

   —Ni una sola palabra, Percy, o te juro que no saldrás nunca de esta casa.

   —No diré nada, lo prometo.

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