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Había una vez, un reino gobernado por un príncipe que no tenía real interés en esa labor. Ni siquiera sabía porque le habían elegido para ejercer ese cargo. La noticia de que el príncipe Eret había sido removido del trono por la deidad con mayor poder y fuerza —o sea, Dream— recorrió rápidamente todo el lugar.
El error de Eret: darle la independencia a un sector del reino, que se autoproclamó de inmediato como L'Manberg. L'Manberg fue castigado y sometido bajo el yugo del dios Dream y su contraparte, Technoblade.
En su lugar, había sido nombrado rey a un chico que solía vivir en el bosque, yendo a todas partes con su gorro hecho de la parte superior de un hongo y una capa cubierta de musgo. Su nombre era George. George llegó al castillo que alguna vez perteneció a Eret con su mejor y más fiel amigo, Sapnap.
Mientras tanto, en una de las mejores habitaciones del palacio, se refugiaba un hermoso híbrido de pato, con una tersa y suave piel morena, junto con unos preciosos ojos castaños, ropas exóticas de color azul y sus alas brillando con joyería.
Este chico había sido un premio del príncipe Eret y era su prometido. Y así como el puesto de gobernante había sido pasado de Eret a George, también lo eran sus propiedades y por desgracia, el híbrido también lo era.
Una noche, cuando el nuevo rey ya se había instalado en el palacio, decidió vagar por esa ala que los sirvientes decían que guardaba el mayor tesoro de Eret.
Llegó a una habitación con unas puertas blancas, con decoraciones de oro. Con curiosidad, abrió las puertas. Grande fue su sorpresa al ver a alguien de espaldas a él, desvistiéndose, mientras sus alas eran decoradas con joyas.
¿Este era el tesoro de Eret?
Aquella persona se dio cuenta de su presencia, así que volteó rápidamente. George pudo apreciar a un chico lindísimo que lo miraba con asombro. Aunque aquella expresión se desvaneció y adoptó una sonrisa que le daba mayor aire de sensualidad, batiendo sus espesas pestañas, haciéndole darse cuenta de sus bonitos ojos castaños.
—¿Es usted el nuevo rey? —se acercó seductor. George tragó saliva.
—Sí. ¿Tú eres...?
—Quackity, el premio del príncipe Eret. Y ahora seré su prometido, rey George.
George bien podía negarse a esto, anular cualquier rastro de boda e incluso correr al híbrido del palacio. Sin embargo, no haría nada de eso. Aunque por el momento no sintiera por Quackity, no le parecía mala idea hacerlo su esposo. El día de la coronación oficial de George será el día en el que se una al que alguna vez fue el prometido de Eret, por lo que trata de llevarse bien con él, para que, por lo menos, si su matrimonio no es por amor, que al menos haya amistad entre ellos.
Cuando se lo comunica a Quackity, este lo mira con una ceja alzada:
—Eret y yo nos íbamos a casar sin importar si nos llevábamos bien.
—Yo no soy Eret —le recordó.
La boda se acercaba y Quackity estaba enamorándose de George, lo cual le sabía mal, porque solo estaba ahí para salvar su vida, no para enamorarse.
Aunque si me enamoro... no está mal... será mucho mejor, tendré aún más poder...
Durante su infancia, Quackity había sido menospreciado; abandonado por sus padres, pronto tuvo que aprender a sobrevivir solo, ya que en su pueblo casi nadie quería a los híbridos como él, incluso lo llegaron a separar de su hermano gemelo, de quien nunca supo más.
Un día, paseando como siempre en el pantano, se atoró con unas enredaderas, pensando que ese sería su fin. Grande fue su sorpresa cuando un chico de cabello castaño y ojos cubiertos, junto con una corona de oro reluciendo en su cabeza, lo salvó. De ahí conoció a Eret y fue llevado al palacio.
Eret le pidió matrimonio y aunque Quackity nunca sintió más que gratitud por él, aceptó.
Pero ahora las cosas con George eran muy diferentes. Ese castaño se le acercaba más que Eret y no lo tenía encerrado todo el día; lo llevaba a pasear por el bosque, el verdadero hogar de George; también lo dejaba vagar por el castillo y a veces disfrutaban simplemente del silencio en la habitación de Quackity.
El día de la boda llegó y ambos se sentían las personas más afortunadas del mundo. George también se había enamorado del híbrido y estaba contento de unirse a él.
—Te ves bien —le dijo Sapnap, su mejor amigo, mirando a George, quién estaba algo nervioso.
—Lo sé... pero, ¿y si él no quiere casarse conmigo?
—Oh, por favor, George. Uno tiene que ser bastante estúpido y ciego como para no darse cuenta de que ese chico también siente lo mismo. Eres increíble, te diste cuenta de lo que había entre Karl y yo y no te das cuenta de tu relación...
George y Quackity entraron juntos y caminaron lado a lado hacia el altar. El mismo Dream era quien oficiaba la boda, mirando con orgullo a la pareja.
—Los declaro maridos —no hubo la típica frase “puede besar a la novia”. En cambio, George se arrodilló mientras la corona de oro que alguna vez perteneció a Eret era depositada en su cabeza. —George Lore, eres ahora el nuevo rey y señor del lugar, junto con Quackity, tu rey consorte.
Tras esto, George le dio la mano a Quackity y miraron sonrientes a los invitados, quienes los vitorearon alegremente; Dream aprovechó esa distracción para irse con su propio esposo, un chico de cabellos naranjas y orejas y cola de zorro, otro híbrido llamado Fundy.
George y Quackity salieron de la capilla, dirigiéndose al carruaje en el cual harían su recorrido por todo el reino. Tan pronto se subieron, Quackity quitó su velo de su rostro, dejándole ver a George su rostro una vez más.
—Eres hermoso —dijo éste, contento de estar casado con alguien a quien amaba.
—Tú también eres muy guapo...
—Ahora que nos hemos casado, Quackity... —el carruaje empezó a avanzar, ninguno sabía exactamente el rumbo que tomarían— quiero decirte algo...
—¿Qué es, Gogy?
—Estoy enamorado de ti.
Aquellas palabras causaron mariposas en el estómago del menor, junto a un corazón —dos corazones, en realidad— que empezó a latir a gran velocidad, y un sonrojo en ambos chicos.
—Yo también estoy enamorado de ti, Gogy.
Se besaron con algo de timidez, su primer beso real a diferencia de aquel que se habían dado a los ojos del público.
Y se podría decir que aquellos dos tórtolos vivieron felices por siempre.
