Especial por el 1k

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Robin Arellano

Cuando tenía cuatro años mi padre fue  a la guerra, los últimos recuerdos que tengo sobre él solo se encuentran plasmados en unas fotografías, trozos de papel que me invitan a conocer un poco más al hombre que admiro. Todos dicen que fue un ejemplo a seguir, chistoso, con carisma y un amante del rock.

Otra cosa que conservo de él,  además de su apariencia ya que según mi madre soy su copia, es una colección de paliacates que adoro llevar conmigo. Todos piensan que es por imponer respeto, en parte puede ser verdad, pero la idea de tener algo que mi padre amaba conmigo,  esa sensación me gusta.

Crecí gracias a mi madre, mi tío ayudó a que no me faltara nada, pero mi progenitora fue quien dio cada gota de sudor por poner comida en mi mesa y un libro en mis manos. Aunque no me gusta estudiar, los últimos dos años mis calificaciones han mejorado, no porque sea listo o espere conseguir algo. La respuesta es simple, Wendy Blake y su rubio cabello, sonrisa adorable y ojos celestes.

No soy una persona cursi, simplemente soy tosco para decir lo que quiero, pero con ella las palabras se borran de mi mente y parezco un lienzo en blanco. Fue fácil para Finney notar que su hermana me gustaba, sin embargo ella parece ignorar mis miradas.

Algunas noches me gusta soñar que ella se dara cuenta y vendrá a mí con una respuesta, aunque yo no formulará ninguna pregunta, espero algún indicio de aceptación por su parte.

Entonces, en mi primer año de secundaria, cuando crei que podría acercarme y confesarme, apareció un idiota. Bruce y su estúpido carisma, ¿quien necesitaba sonrisas y halagos cuando tienes fuerza? Claramente nadie, pero todas las chicas parecían derretirse por él. En el fondo esperaba que Wendy no lo notara, pero él intento todo para que ella lo viera y así fue, el muy maldito estaba sentado frente a nosotros en el almuerzo.

Finney jugo con el pure, respondiendo  algunas preguntas de Bruce sobre su entrenamiento de brazos, yo solo deseaba enterrar mi tenedor en su cuello. Bruce tenía todo, buenas calificaciones, una bicicleta, un padre y ahora quería a Wendy. Mi Wendy.

Bufé con fastidio, apoyándome sobre la mesa con los brazos cruzados, él de inmediato me miró, al igual que las chicas y Finney -¿A qué mierda juegas? Tú no nos volteabas a ver, pero ahora te sientas en nuestra mesa, te metes en nuestras sesiones de estudio y...– Antes de que pudiera seguir hablando sono la campana, con fastidio empuje mi silla hacia atrás, tomando mi mochila para salir de ahí antes de romperle la nariz.

Bruce Yamada, hasta su nombre sonaba estúpido, si perdía con él juraba no volver a enamorarme.

SAY YES  Robin Arellano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora