La sueva luz solar que se desliza por las cortinas entreabiertas es lo primero que veo cuando unos golpecitos en mi puerta me despiertan. Pude oír la voz cantarina de Effie al otro lado de la puerta, ¿Cómo pude tener tanta energía por las mañanas?
— ¡Arriba, arriba, arriba! ¡Va a ser un día muy, muy, muy importante!
Me volví a poner la misma ropa que anoche, porque sinceramente me abrumaba la idea de volver a entrar en aquel vestidor tan grande, además de que la ropa tampoco estaba tan arrugada como para no poder volver a ser puesta.
Al llegar al vagón comedor, Effie me ofreció una taza llena de un líquido marrón humeante mientras murmuraba palabras no muy favorecedoras sobre Haymitch, el cual miraba a la capitolina con una sonrisa muy poco amable pintada en el rostro. Peeta también estaba allí, sentado delante mia.
— Lo llaman chocolate caliente — me dijo Peeta — pruébalo, está bueno.
Peeta no se equivocaba, el líquido cremoso y dulce me recorrió la garganta dejando una sensación agradable, para nada comparada con toda la comida que había ingerido la noche anterior. De reojo veo a todos mis acompañantes en la mesa; Effie está callada por primera vez en el viaje, Peeta está observando un panecillo de los miles que hay en la mesa y Haymitch está mezclando su zumo con una cantidad insana de licor.
Si no se puede mantener sobrio por menos de veinticuatro horas, ¿Cómo se supone que nos iba a conseguir patrocinadores?
— ¿Cuándo vas a empezar con los consejos? — preguntó Peeta después de su intrincada observación al pan.
— ¿Quieres un consejo? Sigue vivo chico — respondió Haymitch de manera tosca antes de simular una risa.
Como odio a este hombre.
— Muy gracioso — agarré el cuchillo para cortar el pan que tenía delante mía y lo lancé al vaso de cristal haciéndolo añicos, mientras que Peeta le arrebataba la petaca donde guardaba su preciado licor. — Pero no lo suficiente.
— No te pego porque eres mujer y huérfana.
— Muy maduro de tu parte, mentor.
— Venid aquí — Haymitch hizo señas para que fuésemos al centro de la habitación, con algo de duda le hice caso. Él se dedicó a dar vueltas alrededor de nosotros como si nos estuviese "evaluando" —. Parecéis en forma y, cuando os cojan los estilistas, seréis bastante atractivos.
— Hagamos un trato — interrumpo —, si te mantienes lo suficientemente sobrio para ayudarnos, prometo no romperte más vasos.
— Solo si el chico panadero me devuelve la petaca.
Sin dudarlo, Peeta se la devolvió. Supongo que ahora tenemos más posibilidades de ganar este año, una pequeña posibilidad más. Si se jugar mis cartas todo lo bien que pueda, volveré al Distrito doce.
— Dentro de unos minutos llegaremos la estación y estaréis en manos de los estilistas, no os va a gustar lo que hagan, pero sea lo que sea no os resistais.
Después cogió la petaca que Peeta le había devuelto y salió del vagón. Justo cuando salió, el vagón se quedó a oscuras, era como si de repente se hubiese echo de noche afuera.
Genial, un túnel, ir debajo de piedra, sin ver la vista del Sol, separandome del cielo. Sin darme cuenta, había empezado a respirar a una velocidad inhumana y mis manos de aferraban al borde de la mesa de caoba donde habíamos desayunado. Si el túnel no terminaba ya, iba a morir incluso antes de llegar a la arena.
—¿Te encuentras bien? — la voz del chico de los glaseados (así era como lo llamaba mi padre) sonaba alarmada, muy preocupada.
El tren por fin salió de aquel horroroso túnel; y sin poder evitarlo, ambos salimos corriendo hacia la ventana del compartimento para ver algo que solamente habíamos visto en la televisión, el Capitolio: la ciudad que dirige a todo Panem. Aunque estábamos todos cansados de ver la grandiosa ciudad en nuestras televisiones de la Veta, no le hacían ninguna justicia a lo maravillosa que era.
La gente empezó a señalarnos con entusiasmo cuando reconocieron el tren de los tributos. Todos los capitolinos agitaban sus manos energéticamente hacia nosotros, y ambos respondíamos ante aquel gran entusiasmo.
— Sonríe y saluda con más ganas — me dijo Peeta —, puede que alguno sea rico.
No dejamos de saludar hasta que la gran estación nos tapaba la vista, menos mal, porque ya me dolía la cara de tanto sonreír falsamente.
. . . .
Mi equipo de preparación (dos mujeres llamadas Venia y Octavia y un hombre llamado Flavius) llevaban horas quitándome pelo de todos los sitios, hasta dejarme como vine al mundo. De vez en cuando paraban para preguntarme si de verdad no me dolía o estaba fingiendo.
— Con nosotras no tienes que hacerte la dura preciosa — canturreaba por decimosexta vez Venia, mujer de pelo turquesa y maravillosos tatuajes dorados sobre las cejas.
— Es enserio, no me duele.
— ¡Así me gusta! ¡Si hay algo que no aguantamos es a los lloricas! — gritó orgulloso Flavius mientras me untaba una loción por todo el cuerpo, calmando la piel al instante.
Acto seguido me levantaron de la mesa donde estaba tumbada para terminar su trabajo con unas finas pinzas, asegurándose de que no quedaba el más mínimo pelo en mi cuerpo. Los tres dieron un paso atrás y admiraron su trabajo.
— Ya pareces humana — bromeó Octavia.
— Gracias, lo digo enserio.
Realmente se lo agradecía, necesitaba un cambio de aires para salir del colapso mental que tenía desde que salí de casa hace dos días, necesitaba una distracción.
— ¡Vamos a llamar a Cinna!
El trío salió disparado de la habitación en busca de mi estilista personal. Por un momento me pregunto qué le estarán haciendo a Peeta ahora. ¿Le habrán hecho lo mismo que a mi? ¿Le habrán teñido el pelo? Antes de que más dudas aparezcan en mi cabeza, la puerta se abrió y dejó entrever a un joven de tez oscura. Supongo que él es Cinna.
— Hola, Adhara — dijo en voz baja, casi sin ningún rastro de acento capitolino —. Soy Cinna, tu estilista.
— ¿Así que tu eres el pringado que le ha tocado este año el Distrito doce?
— Lo elegí expresamente — me sorprendí ante aquellas palabras ¿Hay alguien que prefiera al doce antes que a los demás? —, dame un minuto.
Mi estilista caminó alrededor mía tomando nota mentalmente de cada centímetro de mi cuerpo, para después hacerme un traje a medida de minero, otro año más donde el Distrito doce es el hazmerreír de los Juegos...
— ¿Por qué no te pones la bata y charlamos un poco?
Sin vacilar, me pongo la bata y lo acompaño hasta otra sala donde hay dos sillones verdes y una gran mesa llena de comida variada. Desde ciervo al horno con patatas hasta ese magnífico chocolate caliente que había desayunado, por supuesto agarré una taza de ese líquido y me senté en el sillón enfrente de Cinna.
— Bueno Adhara — por lo menos había tenido la decencia de aprenderse mi nombre —, hablemos de tu traje para la ceremonia de inauguración. Mi compañera, Portia, es la estilista del otro tributo de tú Distrito, Peeta, y estamos pensando en vestiros a juego. Como sabes, es costumbre que los trajes reflejen el espíritu de cada Distrito.
» Portia y yo creemos que el tema del minero está muy trillado. Nadie se acordará de vosotros si lleváis eso, y los dos pensamos que nuestro trabajo consiste en haceros inolvidables. Así que vamos a centrarnos en el carbón, ¿Y qué se hace con el carbón?
— Se quema — contesté.
— Exacto, ¿No te dará miedo el fuego, verdad?
Cinna esboza una sonrisa que me es contagiada. Así que este año en vez de salir vestida de minero voy a salir carbonizada. Bueno, por lo menos no seré yo la que mat... Si, eso era lo único bueno.
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P E A C E ▬ Peeta Mellark
Fanfiction|| 𝙿 𝙴 𝙰 𝙲 𝙴 𝘈 𝘗𝘦𝘦𝘵𝘢 𝘔𝘦𝘭𝘭𝘢𝘳𝘬 𝘧𝘢𝘯𝘧𝘪𝘤𝘵𝘪𝘰𝘯 . . . 🏹🔪 𝘋𝘰𝘯𝘥𝘦 la suerte del tributo femenino del distrito doce cambia el día de la cosecha ó 𝘋𝘰𝘯𝘥𝘦 el tributo masculino del distrito...