xvii. Almost at home

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Si creía que haber estado metida en esa cueva por tanto tiempo era malo, salir de caza con Peeta Mellark era mil veces peor.

Intenté empatizar con su situación; estaba herido de gravedad en una de las piernas y no podía caminar del todo bien, pero el ruido que hacía me estaba poniendo de los nervios. Y ya no se trataba de pasar desapercibidos a oídos de Cato, sino de la comida; estaba espantando a todo ser vivo a diez kilómetros a la redonda.

- ¿Sabes? Me recuerdas a mi. - dije, todavía manteniendo la marcha. Ya había asumido que no cazaría, por lo que tendríamos que buscar otro sustento. 

- ¿Porque?

- Yo también fui ruidosa y descuidada al principio, hasta que Katniss me enseñó.

Inconscientemente sonreí al recordar mi primera expedición de caza. Fue varios días después de que me rescatara de mi misma; decidió enseñarme todo lo que había aprendido de su padre para intentar subirme los ánimos, aunque fuimos ambas quienes ayudamos a la otra. Fue una muy buena distracción pero un poco abrumadora, aunque poco a poco conseguí ponerme a su nivel. Fue una pena que después Gale apareciera y se llevara parte de mi amiga.

- Yo no soy ruidoso - paré en seco mis pasos para observar a Peeta directamente a los ojos. ¿Lo había dicho en serio? -. O si.

- Creo que lo mejor va a ser que nos separemos, recoge las plantas comestibles y yo cazo - Peeta respondió con un simple asentimiento - ¿Sabes silbar?

- Si.

- Bien - recreé la pequeña cancioncita que Rue me había enseñado hace pocos días, antes... antes de que pudiera descansar. Un pequeño nudo se creó en mi garganta justo después de entonar las notas, los sinsajos alrededor recreándola - Silva de vez en cuando para que sepa que sigues vivo.

Y así nos volvimos a separar después de haber estado casi dos días sin dejar de ver el uno al otro. Noté algo de miedo y pesar al dejarlo solo, cosa que no me gustó nada. ¿Enserio me estaba encariñando? ¿Ahora que los Juegos se iban a terminar?

Aparté rápidamente esa idea de mi mente para centrarme en la caza y en contestarle a Peeta.

Delimité la zona de caza a un kilómetro a la redonda lo suficientemente lejos de Peeta como para escuchar sus silbidos levemente. La cosa iba sobre ruedas; conseguí cazar una pequeña liebre y un pájaro, y estaba apunto de conseguir otro. Tenía la flecha apuntando directamente al pecho del pequeño pájaro, tomé un par de respiraciones profundas, tensé la cuerda del arco y... 

Y un cañonazo provocó que la flecha se desviara.

Por un segundo estuve molesta por el cañonazo, hasta que recordé que ahora formaba parte de un equipo. Agudicé el oído intentando oír algún atisbo de vida de Peeta, pero la adrenalina empezó a fluir por mi cuerpo y en un pestañeo ya estaba corriendo por todo el bosque como una desquiciada. 

Llegué al sitio donde nos habíamos separado, esperando encontrarme con él, con vida o sin ella. Pero en su lugar encontré su chaqueta tirada en el suelo, sobre ella unas bayas que ya había visto en otro sitio.

- ¡Tira eso ahora mismo! - Katniss golpeó con fuerza mi mano, provocando que todas las bayas golpearan el suelo - ¡Son jaulas de noche! ¡Son venenosas!

- ¡Peeta! - grité presa del pánico al reconocer las bayas mortíferas. - ¡PEETA! 

Un ruidito a mi derecha provocó que tensara el arco preparada para matar al que fuera, suerte que justo antes de soltar la cuerda lo reconocí y desvié la dirección de la flecha, clavándose así en el árbol contiguo. Él dio un salto hacia atrás, tirando algunas de las bayas al suelo.

- ¿¡En qué piensas!? - avancé hasta él y tiré todas las bayas de su mano - ¡Son jaulas de noche!

- Lo... lo siento.

- Podrías haber muerto en un segundo. - las piernas me empezaron a temblar, por lo que tuve que abrazar a Peeta antes de que me desplomara en el suelo. - Tenía miedo.

Posó sus manos en mi espalda, con las palmas abiertas, y empujó mi cuerpo sobre el suyo. Pude notar su intento por tranquilizarme y el olor a mugre que su pelo rubio emanaba. Pude apreciar todo su ser en menos de un minuto. Él simplemente dejó reposar su cabeza sobre mi hombro, buscándose su propio hueco entre mi clavícula.

- ¿Quién ha sido el cañonazo entonces?

Justo aparece un aeroslizador a unos noventa metros de nosotros, con la garra de la muerte extendida, preparada para recoger el cadáver de algún niño inocente que estaba en el lugar y tiempos equivocados. La garra bajó, recogió el cadáver inerte del alguien, y desapareció de nuestra vista; dejando solamente como pista el destello rojizo que el pelo suelto le dejaba. La chica del cinco había abandonado.

- ¡Vamos! ¡Hay que huir antes de que Cato nos encuentre! - gritó Peeta, presa del pánico como yo lo había sido hace varios minutos.

Pero había algo que no encajaba. Esa chica fue la única en la que me fijé el día de las puntuaciones, y recuerdo a Caesar perfectamente decir que era una chica muy escurridiza y astuta. Imposible que Cato la hubiera encontrado.

- La has matado tú, Peeta. - guardé las bayas en el bolsillo superior de mi chaqueta, lejos de Peeta - Le has hecho creer que eran bayas comestibles al recogerlas.

La única respuesta que conseguí de su parte fui un suspiro pesado, sabía que se sentía mal por haber causado la muerte de alguien, pero gracias a ese desliz estábamos a una persona de volver a casa. 

Solamente una persona... Y podría volver a abrazar a mis hermanas favoritas, respirar el aire puro del prado, saber que soy superior a Gale, poder vivir sin el constante miedo de no poder llegar a fin de mes... Vivir por fin libre. Vivir sin preocupaciones sabiendo que puedo mantener a todas las personas que amo con vida.

- Solo queda Cato... - suspiré, una leve sonrisa dibujándose un mi rostro. - Haz una hoguera, vamos a cocinar lo que he cazado.

- Pero nos dejaría expuestos.

- Si Cato ha visto el aerolesdizador pensará que la hemos matado, además somos dos. ¿Si tu estuvieras en sus botas vendrías?

- Buen punto de vista.

- Lo se, lo he pensado yo.

La noche calló sobre nosotros, y en el cielo solamente se vieron estrellas aparte del rostro de la chica pelirroja. Peeta consiguió escalar un par de metros sobre el tronco de un árbol, pudiendo así dormir los dos juntos en la copa de este, sin tener que vigilar constantemente ni estar alerta. La paz se me antojaba amarga.

- ¿Cuánto tiempo crees que tendremos paz? - preguntó Peeta en un susurro, acercándome más hacia él mientras observábamos el cielo.

- Probablemente hasta mañana noche, si no encontramos a Cato antes.

- Si pudiera me quedaría aquí para siempre. - hubo una pequeña pausa donde volvió a pensar en sus palabras - Si no fuera por la arena, y Cato, y todas las muertes... Bueno, me has entendido.

- Ya mismo volveremos a casa.

Posó un suave beso en mis manos antes de que los dos nos sumiéramos en un sueño profundo, el último en la arena si todo iba bien mañana.

P E A C E  ▬ Peeta MellarkWhere stories live. Discover now