viii. Let the games begin

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No recuerdo bien el momento exacto en que me pareció buena idea invitar a Peeta a dormir, pero ya estaba hecho y no había vuelta atrás. Los estilistas se sobresaltaron cuando entraron en la habitación y nos vieron a los dos en la misma cama, hasta yo me sorprendí que Peeta no hubiera huido una vez que me quedase dormida. Hubo una incómoda despedida entre nosotros antes de que Cinna me acompañase al tejado.

Un aerodeslizador nos recogió y me implantaron un dispositivo de rastreo, para mantenerme controlada una vez en la arena. Una vez en las catacumbas me arregle y vestí con un traje compuesto por pantalones rojos, una blusa verde claro, un robusto cinturón marrón y una fina chaqueta negra con capucha que me cubre hasta los muslos.

— El material de la chaqueta está diseñado para aprovechar el calor corporal, así que te esperan noches frescas — dijo.

Cuando ya creía que había terminado, Cinna sacó del bolsillo la insignia dorada del Sinsajo, el último recuerdo que tengo de casa. Se me había olvidado por completo su existencia.

— ¿De dónde lo has sacado?

— De la camisa roja que llevabas puesta en el tren. Casi no logra pasar por la junta de revisión, pensaban que podía utilizarse como arma y darte una ventaja injusta, pero, al final lo aprobaron.

Los nervios comenzaron a convertirse en terror cuando me puse a pensar en todas las cosas que podían ir mal, desde que el trato con los profesionales fuese una trampa hasta morir por ingerir una baya mortífera.

— ¿Necesitas hablar, Adhara?

Rápidamente negué, lo único que no me apetecía ahora era hablar. Una agradable voz femenina nos anunció que ha llegado el momento de prepararnos para el lanzamiento. Todavía asustada, me coloqué en la placa de metal redonda.

— Y recuerda una cosa: aunque no se me permite apostar, si pudiera, apostaría por ti.

— ¿De verdad?

— De verdad — afirmó Cinna, después se inclinó y posó un beso en mi mejilla —. Buena suerte chica en llamas.

.        .        .        .

Sesenta segundos es el tiempo que tengo para planificar una buena estrategia para llegar a la Cornucopia. Alrededor de esta puedo ver todos los suministros que voy a necesitar; desde un cuadrado de plástico de un metro de largo a unos pasos, hasta espadas y arcos dentro de la Cornucopia. Tenía la protección de los tributos profesionales ¿Pero iba a servir para adentrarme?

Treinta segundos. Lo tenía claro, iba a correr como nunca lo había hecho hasta el arma que tenía más cerca, un pequeño cuchillo de unos cinco centímetros, suficiente para quitarme a algún tributo que quisiera atacarme; y luego quedaba la parte fácil, llegar a las armas y abastecerme.

Diez segundos. Intenté buscar a Peeta con la mirada, pero debía de estar al otro lado de la Cornucopia. A la que tenía a mi derecha era a Glimmer, tributo femenino del Distrito uno, compañera de Cato y ahora mi aliada. Ella asintió ligeramente hacia mí, sabía lo de la alianza.

¡Gong! Mis piernas comenzaron a correr sin yo realmente haberlo querido. Alcancé el primer cuchillo sin problema y todavía ningún tributo había fijado su objetivo en mí, lo que le añadía un plus de facilidad.

Cato y Marvel ya habían llegado a la Cornucopia, mientras que Glimmer y yo - y suponía que Peeta también - seguíamos en nuestra carrera. Glimmer tuvo la mala suerte de  cruzarse en el camino del chico del nueve, sin tener todavía arma alguna para defenderse.

P E A C E  ▬ Peeta MellarkWhere stories live. Discover now