xiii. Meeting again

98 13 5
                                    

Había pasado a un día desde que Rue pudo escapar de este infierno, y la única novedad había sido un pan del Distrito Once, me agradecían haberme quedado con ella hasta el último momento. Reconocí la hogaza de pan gracias a la pequeña clase que Peeta impartió en el tren de camino al Capitolio, cuando todavía éramos unos niños inocentes con toda la vida por delante. Ahora solamente nos quedaba un par de días, hasta que Cato diera con alguno de los dos y el otro tuviera que ver el rostro flotando en la arena para enterarse.

Aunque por ahora mi única prioridad era cazar. Casi todas las provisiones las llevaba Rue en su mochila qué no he llegado a encontrar, así que solamente quedaban un puñado de vayas y el muslo de un pájaro. Estaban empezando los verdaderos Juegos del Hambre para mi.

La voz de Claudius Templesmith retumbo en el cielo, felicitando a los seis tributos que quedábamos - wow, seis tributos nada más -. Pero no era un anuncio de un banquete, no, era algo mil veces mejor. Anunciaba un cambio en el reglamento, ahora los dos tributos del mismo distrito podían ganar. ¡Peeta y yo podríamos ganar! El hombre capitolino volvió a repetir el anuncio, mientras mis piernas avanzaban a toda velocidad por el bosque sin saber muy bien hacia donde ir.

Podría empezar por el lugar donde Peeta se escondió el primer día. Observé mi alrededor, no tenía ni idea de donde estaba ni hacia donde quedaba el escondrijo, pero podía escuchar el murmullo del agua a poca distancia. Había encontrado el río, ya no estaba tan perdida. Salí del bosque para encontrarme con el tan querido río, un sitio peligroso para quedarse, demasiado amplio y despejado. Clove podría estar espiando desde cualquier lugar. Avancé con cautela río arriba, esperando que Peeta hubiera tenido el mismo pensamiento que yo. Y no estaba del todo equivocada.

- ¿Has venido a rematarme, preciosa?

Por un momento pensé que era un sueño lúcido, hasta que acompañando a la voz se escucharon un par de quejidos confirmando que no me había vuelto loca. Recorrí toda la orilla con la mirada, pero sin resultado, solo barro, plantas y rocas. Sin más remedio, tuve que llamarle para saber su posición exacta.

- ¿Peeta? ¿Dónde estás? - avancé un poco más, con el corazón en la garganta.

- Bueno, no me pises.

Retrocedí de un salto al escuchar su voz debajo mía, en el suelo. No lo ubiqué hasta que abrió los ojos y me regaló una blanca sonrisa, contrastando con todo el gris que lo rodeaba. ¡Se había camuflado!

- Al final llevaba yo razón sobre lo del camuflaje - dije, volviendo inconscientemente a la primera mañana que pasamos entrenando. - ¿Estas herido?

- Pierna izquierda, arriba.

- Ahora compartimos heridas. - añadí intentando restarle importancia, al mismo tiempo que le quitaba todo el musgo con el que estaba camuflado.

- No es por fardar, pero la mía es más grande. - Ambos reímos ante su estúpida respuesta, aunque su risa fue más ronca y baja que la mía - Me gusta tu risa.

- Pues no la volverás a ver si te mueres. Vamos a llevarte hasta el arroyo.

Si, costó bastante llevar a Peeta en peso muerto hasta la orilla, pero al final se pudo. No tenía ni idea de por donde empezar. Intenté recordar todas las veces que alguien moribundo aparecía en el comedor y la señora Everdeen tenía que ayudarle. Así qué sin más dilación, aparté todo el musgo y subí el pantalón hasta poder ver la herida con más claridad.

Pintaba mal, pero no podría decírselo a no ser que quisiera escuchar todas las razones por las que debería dejarle a su suerte. Todos aquí ya sabemos cómo de insistente es Peeta.

- ¿Tan mal pinta?

- Bueno... He visto cosas peores. - Observé el río a mi espalda, como si este me estuviera invitando a entrar - Vigila el bosque por mi.

P E A C E  ▬ Peeta MellarkWhere stories live. Discover now