xiv. Congratulations, you have survived

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Lo que parecía una manda de perros salvajes perseguía a Cato en su camino a la Cornucopia; Peeta dio un paso al frente, aunque fue rápidamente contradicho por mi mano. Allí arriba estábamos a salvo tanto de aquella manada, que había aparecido de la nada, y de Cato, porque probablemente no llegaría a nosotros antes de ser atrapado por los perros.

- Son veintiuno - susurré hacia Peeta.

- ¿Crees que subirán?

- No, tendrán suficiente con Cato.

Tensé el arco y lancé una flecha hacia la manada, sin saber realmente por que, supongo que quería asegurarme de que no llegaran hacia nosotros. Justo incidió en el lomo de uno que, bajo aquella tenue luz, tenía el pelaje anaranjado casi como el de la última chica que murió.

- ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Los gritos de Cato eran casi desgarradores, si no fuera porque hace escasos minutos había estado a punto de acabar con nuestras vidas en aquel bosque. La manada lo alcanzó a pocos metros de nosotros, cayendo sobre él como las rocas sobre los pobres mineros de nuestro Distrito. Peeta y yo nos mantuvimos en nuestros sitios, ambos todavía escuchando los gritos de dolor puro de Cato. Juraría que hasta se podía escuchar como los afilados dientes de los perros desgarraban su ser, como masticaban su carne de niño rico y después volvían a morder con ganas de más. Los perros estaban ansiosos por terminar con todo Cato, pero parecían que lo querían alargar todo lo posible. Seguramente fueran mutos controlados por el Capitolio.

La pierna de Peeta empezó a fallarle, incluso tuvo que agarrarse a mi figura para no caer al claro y ser otra presa de los asquerosos mutos. Al final, ambos terminamos tomando asiento ya que la situación parecía alargarse.

- Deberíamos de acabar con su sufrimiento - susurró Peeta.

- Recuerda que ha estado a punto de matarnos.

- ¡No podemos dejar que muera así, Adhara!

Peeta llevaba razón, nadie se merecía un muerte tan dolorosa, bueno, Marvel a lo mejor. Volví a tensar el arco, busqué un hueco entre los voluminosos cuerpos de los mutos y dejé que el último grito de Cato fuera dejado en el aire, dejando pasar a un silencio sepulcral. Los perros desaparecieron en el frondoso bosque y poco a poco empezó a amanecer.

Ambas seguimos mirando hacia el cuerpo de Cato, daba igual que hubiéramos ganado los mismísimos Juegos del Hambre, la escena que había resultado después de esos minutos de pura angustia parecía irreal, casi como todas estas dos semanas. Parecía un sueño.

- Hemos ganado... - susurró Peeta provocando que me girara de inmediato hacia él, varias lágrimas de felicidad y alivio recorriendo mi rostro. Sus manos agarraron mi rostro para después posar sus labios con un ligero sabor a sangre sobre los míos. Con que así era como sabía la gloria, a sangre y barro.

Ninguno se atrevió a separarse del otro, todo parecía tan irreal... Los minutos pasaban y nosotros seguíamos allí arriba abrazados, esperando a que un aerodeslizador nos llevara de vuelta al Capitolio. Pero ese momento parecía demasiado lejos. En lugar del aerodeslizador, la voz que había anunciado el banquete inundó el ambiente. Por instinto ambos nos pusimos alerta, temiendo que fuera una última prueba.

- Queridos tributos, la ley que permitía que dos tributos del mismo distrito ganaran ha sido... abolida, solo uno puede ganar. - hubo una pausa intensa, angustiosa, donde el presentador aprovechó para tragar el nudo que se había formado en su garganta - Que la suerte esté siempre de vuestra parte.

No. Tendría que ser una broma de mal gusto. ¿Cómo se atrevían a cambiar ahora el reglamento? Después de todo lo que había hecho para conseguir que Peeta sobreviviera a estas dos semanas en el infierno, los tributos que he matado, las muertes innecesarias que he presenciado... Todo esto para que ahora tuviera que matar a Peeta, porque él no sería capaz de matarme, él estaba enamorado de verdad.

P E A C E  ▬ Peeta MellarkWhere stories live. Discover now