XVIII. Jrost

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—¿ERIK? —repitió Evie en voz más alta.

Ambos esperaron en silencio, pero no hubo respuesta.

—Si Erik no está en casa, ¿qué ha sido eso? —preguntó Gael frunciendo el ceño.

—No... No lo sé. Pero no noto la presencia de nadie... No lo entiendo. —contestó ella muy extrañada.

No era una experta sanadora todavía, pero si se concentraba era capaz de detectar si alguien estaba cerca. Y no notaba a nadie más que a Gael –y a un vecino en el piso de abajo–.

Evie le miró a los ojos y vio que por lo menos su enfado había sido sustituído por la incertidumbre. Pensó que cualquier cosa era mejor a verle así de enfadado con ella. Realmente había metido la pata hasta el fondo...

Los dos se giraron de golpe al oír de nuevo aquél «grito».

—Aquí tiene que haber alguien más, aunque... ese sonido me resulta familiar. Juraría haberlo oído antes en algún lado... —dijo Gael pensativo.

Rodeó a Evie y se puso delante de ella.

—Vamos —ordenó él.

Ella asintió y lo siguió muy de cerca. El piso era muy pequeño, pero los pocos metros que recorrieron le parecieron kilómetros. Se notaba muy nerviosa.

No sabía qué hora era exactamente, pero era imposible que Erik estuviera de vuelta a no ser que hubiera salido antes de su turno, cosa que dudaba. Sin embargo, aunque no era capaz de sentirlo, allí claramente había alguien más. Había sido un chillido ronco bastante raro, pero había sido un grito al fin y al cabo. No había ninguna duda. Evie empezaba a temer que fuera algún miembro del consejo. A fin de cuentas, esa era la razón de estar en aquél piso con Erik: temían que antes o después intentaran acabar con ellos, igual que habían hecho con Luca.

El mal presentimiento de Evie se pegó de bruces con la realidad cuando Gael se plantó frente a la puerta cerrada con llave. Él le hizo un gesto con la mano para que guardara silencio.

Volvieron a escuchar aquél grito, pero esta vez fue mucho más apagado.

Gael intentó abrir la puerta y forcejeó un poco, en vano.

—Está cerrada con llave —dijo simplemente Evie.

—Sí, eso ya lo veo —protestó él—. Y, ¿dónde está la llave?

—No lo sé.

—¿No sabes que hay tras esta puerta? —preguntó él con media sonrisa irónica en la cara—. ¿Estás viviendo con él y no sabes qué hay en esta habitación? —Gael resopló.

—¡No estoy viviendo con él! —gruñó ella desesperada.

Pero la recién comenzada discusión acabó ahí, porque conforme Evie terminó de gritar volvieron a oír el chillido; esta vez sonó con muchísima claridad. Ahí había alguien.

—Creo que debemos entrar por la fuerza. Quien sea que esté ahí o bien no es bienvenido en esta casa o bien necesita ayuda.

Evie estuvo de acuerdo; si era alguien del consejo –cosa que realmente dudaba, porque la posibilidad de que hubieran entrado por la ventana en un tercer piso era casi nula–, Erik debería entender por qué había invadido su intimidad a la fuerza. Y si era cualquier otra persona... No; Evie no conseguía entender qué estaba pasando pero era imposible que el vigilante tuviera allí a un «prisionero». Llevaba viviendo con él casi una semana. Si había raptado a alguien, ¿desde cuándo estaba ahí? ¿Llevaba todo ese tiempo encerrado sin que ella hubiera escuchado o visto nada? Era imposible. Además, ¿por qué iba a hacer algo así? No tenía sentido.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora