XXI. Sentimientos encontrados

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Evie se arrastró lo más rápido que pudo hacia el puñal, pero además de su débil estado la piedra que había caído del techo había herido su pierna, lo que empeoraba aún más las cosas. Erik corrió a su vez para intentar cogerlo antes que ella, pero la sanadora llegó primero. Sonrió, triunfal, pero tan solo un segundo después el chico la había alcanzado y pisó con toda su fuerza su mano para hacer que lo soltara. Ella chilló, pero se negaba a perder. No iba a rendirse, no podía; sus vidas dependían de aquello y no iba a dejar que Gael muriera allí.

Evie volvió a gritar, y con toda la fuerza que tenía atrapó con su otra mano la pierna del chico y consiguió que las llamas acudieran a ella. No fue una llamarada ni muy grande ni muy espectacular, pero sí fue suficiente para quemar la piel de Erik y hacer que él chillara y cayera de espaldas, amargo de dolor.

Consiguió levantarse y se abalanzó sobre él para clavarle el puñal, pero sus ojos se encontraron y ella dudó; les había traicionado, sí, pero ¿le odiaba tanto como para matarlo? No lo creía.

De pronto, el chico abrió mucho los ojos y se levantó rápidamente sacando un segundo puñal y moviéndolo hacia Evie. Estaba demasiado débil y no pudo reaccionar: cerró los ojos esperando la muerte... Pero nada sucedió.

¡Maldita escoria! —gritó una voz ronca tras ella.

Evie se giró para ver que Erik había usado su propio cuerpo como barrera entre las garras de Maveck y ella.

—¡No! —gritó Evie. Pero ya no había nada que hacer.

Erik se giró hacia ella a duras penas y esbozó una media sonrisa.

—Lo siento. No quería que las cosas salieran así... Al menos no contigo.

Evie sintió una punzada en el corazón al ver que Maveck giraba las garras todavía clavadas en el pecho de Erik. Notó cómo su vida desaparecía rápidamente, y finalmente el chico cayó inerte contra el frío suelo.

Vaya desperdicio —Maveck agitó las garras para sacudirse la sangre de Erik—. Nos ha servido de gran ayuda, pero desde luego no era muy listo —dijo de forma burlona—. Se pensaba que le íbamos a dar la piedra del alma, ¡jajaja! El muy necio...

El demonio miró hacia Evie y se puso serio de nuevo.

Bueno, ahora sí. Te toca, bonita —dijo mientras sus garras crecían de nuevo, alargándose hasta el punto de ser como finas espadas.

—¿Por qué hacéis todo esto? —preguntó Evie, desesperada— ¿Qué es lo que queréis?

No vas a distraerme con preguntas, niña —respondió él fríamente—. Pero no te preocupes por lo que queremos: ya lo hemos conseguido. Padre solo necesita recuperarse un poco y una vez lo haya hecho... —sonrió de tal forma que Evie tragó saliva.

La sanadora miró por detrás del demonio y vio que Gael seguía donde lo había dejado. Parecía haber perdido el conocimiento.

Empezó a ser consciente de que tal como estaba no podría salir de allí a pie con el chico. Lo justo podía mantenerse ella misma, como para cargar con alguien más a través de todo el Bosque Sombrío... Tenía que sacarlo de allí de otra forma.

Solo quedaba probar una cosa.

Evie miró a Gael y se concentró con todas sus fuerzas: solo lo había hecho una vez en el pasado, pero tendría que conseguirlo. La chica desapareció y reapareció tras un destello de luz al lado del chico. Oyó cómo Maveck gritaba, furioso, y escuchó que corría hacia ellos. Evie abrazó a Gael y deseó que el poder que había heredado de su padre pudiera atravesar tanta distancia como necesitaba. Se imaginó a sí misma con el guardián entre sus brazos justo en la orilla del pantano por donde sabía que se entraba a aquellas catacumbas, y se dejó llevar.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora