IX. Oro y fuego

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Al día siguiente, Evie se despertó igual que si tuviera resaca: le dolía la cabeza, estaba agotada físicamente y tenía el estómago hecho puré.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, salió de la cama y se dio una ducha gracias a la que revivió por completo.

Bajó a desayunar pero al llegar a la cocina recordó que no tenía café... Mismo motivo por el que había tenido que asistir a la pesadilla del día anterior en la cafetería. Agitó la cabeza para intentar olvidarlo.

—«Buenos días Evie» —dijo la voz de Lía de pronto en su cabeza.

—«Hola Lía» —contestó la sanadora sin mucho ánimo mientras se estiraba. No estaba enfadada con ella, pero sí algo molesta.

Al fin y al cabo, el riesgo que corrían cada vez que Merian entraba en la ciudad era muy grande, además de que traería consecuencias para todos ellos por igual si los descubrían. Pero aun así, las chicas habían actuado como si no fuera nada importante. Y viendo la soltura con la que Mer se movía por la cafetería, a saber cuántas veces habían quedado en la Ciudad de Arena.

—«Oye... Siento mucho lo que pasó ayer. Fue culpa mía. Sé que no debo quedar aquí con Merian» —su voz sonaba triste—. «A partir de ahora quedaremos en Olira, lo prometo».

—«No, no deberíais quedar aquí» —contestó Evie. Tampoco quería echarle la bronca, pero estaba muy cansada y confiaba que con ese pequeño rapapolvos la próxima vez fueran más responsables de verdad—. «Pero bueno, tranquila. No pasa nada. Lo de ayer estuvo cerca, pero nos libramos».

—«Lo sé... Lo siento, Evie» —Lía no se despidió pero dio por terminada la conversación.

Evie se quedó unos segundos quieta en medio de la cocina pensando qué hacer. Al final, decidió llamar a Mikael para entrenar y luego se iría a comer a Olira. Tenía ganas de comida mexicana y en la Ciudad de Arena el único sitio donde vendían algo de comer –y solo bocadillos y sándwiches– era en el Café. Y de momento no tenía ganas de volver por allí.

—Aah —Evie suspiró sonoramente mientras miraba el cielo

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—Aah —Evie suspiró sonoramente mientras miraba el cielo.

El día había ido mejor de lo que esperaba: había estado un buen rato entrenando su poder de Sanadora, e incluso había podido ayudar nuevamente a varios kiévers. Después, había ido a su restaurante mexicano favorito y se había «puesto las botas», como solía decir su padre. Le había resultado un pelín incómodo comer sola en un restaurante, pero no tenía ganas de ver a Merian y realmente no tenía más amigos en Olira. En cualquier caso, no recordaba la última vez que había comido tan agusto.

Y ahora se encontraba en el parque del Fénix, tumbada sobre su banco favorito, ante aquél precioso cielo despejado. Tan solo se veían un par de nubes con forma de algodón y algún pájaro volar. Apartó todos sus pensamientos para olvidarse de la preocupación y los problemas, y cerró los ojos.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora