XXIX. Ciudad en llamas -Parte 3-

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Evie cayó de rodillas frente a su madre, completamente devastada. Oía de fondo a su padre y a su propia madre diciéndole que la herida no era tan grave, también notaba levemente que Merian la sacudía por los hombros, pero no podía reaccionar. Se había quedado en shock.

Su cuerpo y su mente no podían más, no podía asimilar tanto dolor en tan poco tiempo. Su padre seguía insistiendo en que aquella herida no serían más que unos puntos, pero ella sabía que no era así. Había visto en el pasado lo que el veneno de los fernos era capaz de hacer, de hecho, lo había visto en el propio Lairon, y sabía qué pasaría con su madre. Buscó al vigilante con la mirada, y aunque no conseguía enfocar y veía todo borroso, pudo notar que su cara estaba pálida: él sabía tan bien como ella lo que estaba pasando en realidad.
Además, ahora ya no estaba Mikael para ayudarles... Y ella misma tampoco podía hacer nada. Teniendo en cuenta que su madre era una terrenal... Era cuestión de minutos que todo acabara.

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Evie puso su mano sobre su mejilla, justo donde Merian acababa de darle una bofetada. Escocía.

—¡Evie! —gritó ella, parecía furiosa—. ¡Tienes que centrarte! Tiene que haber algo que podamos hacer. ¡Piensa! —ordenó ella, enfadada.

Merian también parecía saber lo que estaba pasando; Evie imaginó que Lairon o Lía le habrían contado lo ocurrido en el Bosque Sombrío y por tanto sabría que aquella simple herida era mucho más en realidad.

Evie agradeció en sus adentros que su amiga la hubiera sacado de aquél trance, sacudió la cabeza y comenzó a pensar. Tenía que poder hacer algo.

—Tenemos que amputarle el pie —dijo de pronto Jeong. Los padres de Evie ahogaron un grito y los soldados protestaron diciendo que era una barbaridad por una herida tan superficial—. Evie, lo siento, pero sabes tan bien como yo que es la única opción.

—Lo... Lo sé —dijo ella finalmente. Su madre se revolvió en el sitio, nerviosa—. Pero tenemos que encontrar otra forma, cualquier cosa...

Jeong negó con la cabeza pero no dijo nada. Lairon seguía en silencio pero parecía opinar igual que su primo. El resto empezaron a discutir entre ellos.

Entonces, Evie cayó en la cuenta. Era una posibilidad muy remota y ni siquiera sabía bien cómo hacerlo, pero tenía que intentarlo. Aunque ahora que ya no era una solar era probable que estuviera perdiendo el tiempo...

Se sentó en el suelo, cruzó las piernas e intentó concentrarse. Se sentía ridícula, pero su madre importaba muchísimo más que cualquier otra cosa en aquél momento.

Cerró los ojos y se concentró hasta que dejó de oír los ruidos y gritos de su alrededor, hasta finalmente dejó de escuchar a sus amigos y conocidos. Todo era silencio.

Pensó en el fénix, pensó en todas las veces que la había ayudado y las veces que había estado ahí por ella. Recordó aquella vez en el parque cuando sintió que aquella criatura era algo más para ella, que la conocía de siempre. Se centró en aquella sensación cálida y familiar...

Los gritos de sorpresa de sus amigos la devolvieron de nuevo a la tierra. Abrió los ojos y sintió que iba a llorar de felicidad: allí estaba el fénix con las alas abiertas frente a ellos en todo su esplendor.

Jeong dejó caer la espada y su mandíbula estuvo a punto de caer con ella. Los demás no estaban de distinta forma, aunque los soldados y los hombres que no conocía salieron corriendo aterrados pensando que era otro demonio más. Generalmente los fénix no podían ser vistos por terrenales, pero dado que ella ahora era una de ellos, Evie imaginó que se habría dejado manifestar para todos por igual.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora