XX. Negro presagio

6.2K 704 25
                                    

—Lía—

—¡Tiene que haber un error! —gritaba David— ¡Es imposible que mi hermano esté detrás de todo esto!

Alexander perseguía al chico para intentar calmarlo, sin éxito. No se dejaba ayudar, y tampoco quería obligarle: mientras David no perdiera el control o intentara alguna estupidez no parecía que fuera a intervenir a la fuerza.

Lía miraba con pena aquella escena. No podía evitar empatizar con el chico; ella también estaría destrozada y le costaría creer y asimilar que su hermano no fuera quien parecía.

En cualquier caso, en ese momento lo que más sentía era perplejidad ante todo lo que habían descubierto. No podía dar crédito. Lairon a su vez tenía el corazón a mil por hora y se le veía claramente alterado. Lía sujetaba su mano con cariño, en un vano intento de calmarlo, pero ninguno de los dos estaba suficientemente entero en ese momento como para poder animar al otro.

Evie y Gael llevaban desaparecidos algo más de tres días, y las pistas que habían encontrado en casa de Erik parecían llevarles hacia el Bosque Sombrío. Nuevamente parecía que su hermano había sido arrastrado hasta aquél despreciable lugar, esta vez traicionado por alguien conocido. Pero en esta ocasión no podían ir en su busca hasta no tener claro qué estaba sucediendo, puesto que estaban viendo que todo era más enrevesado de lo que parecía. Si partían así, sin más, había muchas posibilidades de que fuera una nueva trampa.

Lía sentía ganas de vomitar cada vez que recordaba el breve tiempo que había estado con él. Había salido con un farsante y un traidor, y todo parecía confirmar que también era uno de los causantes de las mayores desgracias ocurridas en la ciudad en los últimos años.

David iba pasando de uno en uno por cada miembro del Consejo, suplicando que se siguiera investigando, que su hermano no podía tener nada que ver en una traición tan atroz. Pero todos desviaban la mirada hacia otro lado sin saber muy bien qué decirle, o simplemente se limitaban a murmurar que lo sentían.

Tras la sugerencia que Lía le había dado a Kameron sobre Erik hacía dos días, éste había ordenado registrar su casa tras comprobar que también parecía haber desaparecido y lo que habían encontrado allí era peor de lo que podrían haber imaginado nunca.

Había documentos que demostraban que Erik, junto a un miembro del Consejo llamado Arnel –que convenientemente se encargaba de todos los temas administrativos– habían falsificado la orden de encarcelación de Eról en las mazmorras, al mismo tiempo que habían engañado al resto del Consejo haciéndoles llegar un falso informe de defunción del demonio a la llegada de la Ciudad de Arena; les habían hecho creer que había muerto a causa de sus heridas. Ahora sabían que esa era la razón por la que no habían mencionado al demonio en el juicio.

También había planos y mapas junto con diferentes notas que desvelaban que habían sido ellos quienes habían provocado que Isabelle –la mujer de Áznaroz y padre de Lairon– hubiera sido raptada por los seres del bosque. Tenían anotadas horas, fechas y lugares de su rutina de paseo, así como horarios y rutas de los guardianes. Por eso los seres supieron dónde y cuándo raptarla sin que nadie los detectara.

Además, por si fuera poco, también tenían registros de presuntos fallos en el sistema de radares de la Ciudad de Arena que coincidían con las fechas de los secuestros de casi todos los solares de los últimos años. Esto quería decir que, aunque el causante principal había sido Áznaroz como ya sabían desde hacía tiempo, Erik y Arnel habían contribuido desde la sombra a que aquél plan funcionara.

Tras descubrir todo esto, habían decidido registrar la casa de Arnel también, y allí habían encontrado de nuevo pruebas y evidencias de muchas otras traiciones y delitos cometidos, como por ejemplo una serie de cartas que amenazaban de muerte a Luca Féreos –un guardia de seguridad de la Casa del Sur–. Cuando les contaron esto, Mikael les explicó a Lía y a los demás que él, Evie, Erik y Alexander habían ido a las mazmorras, lugar donde habían visto a Eról por última vez, y que el guardia que estaba en ese momento era justamente Luca. Después, desconocían qué había podido ocurrir. Evie no se había puesto en contacto con ellos en los últimos días, y ahora empezaban a estar convencidos de que el motivo era también el problema: Erik. Casi seguro habría engañado a la chica para que no les contara nada, y le había funcionado.

Juntando el contenido de las cartas en cuestión con el resto de documentación referente a Luca, todo parecía apuntar a que Arnel le había hecho creer que todo el Consejo estaba metido en el ajo, pero no hacía mención de Erik en ningún momento. Así que, con esta información, Kameron y el resto habían pedido que se investigara de nuevo el fallecimiento de Luca ya que ahora todo apuntaba a que había sido un asesinato encubierto y no un accidente: Erik podría haberse acercado al guardia tranquilamente sin que él supiera que el chico estaba tras sus amenazas de muerte.

También habían encontrado montones de copias de informes de seguridad y situación de la ciudad en general. Es decir: informes sobre cuántos guardianes, vigilantes y sanadores había en total junto con sus respectivas valoraciones y lista de habilidades; informes sobre número de radares, barreras y puntos estratégicos; listas con las principales flaquezas y debilidades de la ciudad y sus defensores...

Por ejemplo, en uno de ellos habían encontrado explicado con mucho detalle hasta qué grado de daño eran capaces los guardianes de autocurarse, junto con una lista de nombres de quiénes podían hacerlo –porque no todos tenían ese poder–. Allí Lía había encontrado incluido a su hermano Gael, quien podía curarse de heridas superficiales desde niño, pero también se había encontrado a sí misma. Solo hacía un par de meses que había sido capaz de hacerlo por primera vez, por lo que supo que aquellos informes debían estar prácticamente al día.

Los seres del bosque sabían demasiado sobre ellos.

—Todo esto es repugnante —dijo Lairon tras un buen rato en silencio—. No entiendo cómo hemos podido estar tan ciegos.

—Lo sé —contestó Lía, triste—. Hemos estado tan cerca de nuestros enemigos sin saberlo...

Decidieron salir de la Casa del Norte para tomar el aire y sentarse directamente sobre la arena. Era más incómodo que estar en un banco, pero en ese momento necesitaban la fuerza que les brindaba más que nunca.

Lía se sentó con las piernas cruzadas, enterró los pies bajo la arena y suspiró, derrotada. Habían sido unos días muy, muy largos. Se sentía perdida, inútil e incluso culpable por todo lo que había pasado.

Cogió de nuevo la mano de Lairon y la apretó con fuerza. El chico se dio cuenta de la expresión preocupada de Lía, y se movió del sitio para colocarse junto a ella y abrazarla. Suspiró relajándose un poco, pero también echaba de menos a Merian. Estaba con Lairon, sí, pero hubiera deseado que la chica también pudiera estar a su lado en aquellos momentos.

Aun así, parte de ella estaba aliviada: si iba a ocurrir algo, cuanto más lejos estuviera, mejor.

Un leve terremoto la apartó de sus pensamientos: Lairon y ella se miraron sin saber muy bien qué estaba pasando, y vieron horrorizados como el edificio de la Casa del Norte se volvía negro. Tras unos segundos de incertidumbre el temblor paró, y los que estaban en el interior del edificio salieron, algunos gritando, y muchos de los solares que habían visto la escena desde fuera empezaron a llorar.

La guardiana miró también con angustia la escena; era la primera vez que se tornaba de aquél color desde el gran ataque de hacía veinte años, y sintió cómo un escalofrío cargado de preocupación le recorría la espalda.

Los que recordaban el gran ataque estaban aterrorizados, y los que no habían nacido o, como Lía, no lo recordaban porque había ocurrido cuando ellos eran demasiado pequeños, se sentían ansiosos y confusos porque no sabían qué esperar.

Lairon y ella observaron todavía sentados sin ser capaces de reaccionar cómo Mikael y el resto de sanadores usaban su poder para calmar a la gente: muchos habían entrado en pánico ante aquella visión, y desde luego tenían motivos: el edificio, por lo general blanco, solo se volvía negro en épocas o situaciones de gran peligro. Y desde luego Lía estaba convencida de que el secuestro de Evie y su hermano no era precisamente la razón de que aquello hubiera ocurrido.

Algo gordo debía estar ocurriendo en el Bosque Sombrío.



Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora