XXIV. Vacío

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—¿De verdad que no has dormido nada? —preguntó Mikael preocupado mientras observaba las profundas ojeras de Evie.

—Ya te lo he dicho —dijo ella en un tono neutro—. Nada de nada —terminó mientras levantaba los hombros.

—Lo siento, Evie. Tendríamos que habértelo dicho antes... Pero no queríamos preocuparte más de la cuenta. Necesitabas recuperarte... No pensé que fueras a descubrirlo de esa forma —dijo él refiriéndose a los guardias que habían desvelado a la chica su estado.

El sanador había ido pronto, casi al amanecer, y había descubierto a Evie todavía en la calle, sentada en la arena y con la mirada perdida. Ella por tanto había tenido que explicarle el motivo por el que estaba así y en parte hasta le había venido bien para desahogarse. Pasarse toda la noche despierta dándole vueltas una y otra vez no había sido nada agradable.

—No te preocupes. Gracias por todo —contestó Evie intentando esbozar una media sonrisa.

Por el rabillo del ojo vio perfectamente cómo Mikael dudaba pero finalmente parecía decidir dejarlo pasar. Notó una punzada en su interior y no pudo evitar que se le hiciera un nudo en la garganta; hacía solo unos días habría podido sentir el estado anímico del chico si se hubiera concentrado un poco, así como todo a su alrededor. Ahora, por mucho que lo intentara, solo había vacío. Un enorme vacío donde antes había vida y energía.

Había pasado así toda su vida, sin saber absolutamente nada sobre su origen y su poder, pero ahora que había descubierto la verdad... Volver a vivir como antes tras tanto tiempo era aterrador.

Evie se rio en alto ante la ironía: había pasado toda su vida despreciando sus ojos, y ahora los echaba de menos a pesar de no haberse atrevido siquiera a mirarse en un espejo.

—¿Has dicho algo? —preguntó Mikael mientras empezaba a esparcir cristales de cuarzo blanco por todo el suelo.

—No, nada, perdona —se disculpó ella mientras observaba al chico.

Mikael le había contado que aquellos cristales estaban hechos del mismo cuarzo que la Casa del Norte, donde se encontraban, con la diferencia de que aquellos se usaban como «decoración» en ciertos rituales, como por ejemplo en nacimientos o en las ceremonias en las que los solares pasaban a convertirse en auténticos sanadores, vigilantes o guardianes. Evie estuvo a punto de reír ante la ironía nuevamente: ella nunca había tenido una ceremonia así, de hecho, oficialmente ni siquiera era una sanadora todavía. Y sin embargo ahora que no tenía ningún poder en absoluto Mikael le llevaba parte de lo que se usaba en aquellas celebraciones. Sacudió la cabeza, suspiró e intentó ser positiva: el chico lo estaba haciendo por ella. Aunque había una posibilidad muy remota, el sanador le había dicho que tal vez con aquellos cristales pudiera conseguir recuperar su poder. Se usaban para decoración, sí, pero también tenían cierta capacidad de «canalizar» la energía a su alrededor. Tal vez sirvieran de algo, y por probar no perdían nada.

—Ya está —dijo entonces él sorprendiendo a Evie.

Miró y vio que había llenado varios metros de suelo con los cristales dibujando anillos de diversos tamaños con ellos.

—¿Qué tengo que hacer?

—Siéntate aquí —le dijo señalando el interior de uno de los anillos— y cruza las piernas. Vamos a intentar relajarnos un poco primero.

Evie obedeció y vio cómo él se sentaba frente a ella, quedando apenas a unos centímetros de que sus piernas se tocaran. Mikael cerró los ojos y se concentró: realmente era bueno en su trabajo. No tendría tanto poder como ella –al menos, antes de perderlo– pero se le daba realmente bien. Y se notaba que amaba ser un sanador. No había ninguna duda de que era el mejor.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora