XXVII. Ciudad en llamas -parte 1-

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Evie seguía dando vueltas por la casa; llevaba mucho rato oyendo gritos en la lejanía junto con algo que parecían explosiones y no podía evitar estar nerviosa: el lugar donde debía estar llevándose a cabo la batalla estaba demasiado lejos de su casa como para que se oyera desde allí, lo que significaba que algo malo debía estar sucediendo.

Todo su ser le pedía que se acercara a ver cómo iban las cosas, pero también sabía que no debía hacerlo puesto que podría distraer a sus amigos o ser un estorbo y poner en peligro a alguien. Pero habían pasado horas, y su autocontrol estaba llegando a su fin.

Finalmente los nervios pudieron con ella y salió al jardín. Al hacerlo, se fijó en la enorme masa de humo negro que había al norte y que parecía estar demasiado cerca... Casi hubiera dicho que venía de la Casa del Norte y sintió pánico: ¿habían conseguido atravesar las barreras? Además, los gritos cada vez parecían sonar más cerca e iban acompañados con golpes y otros ruidos desconocidos para Evie.

Decidió salir a la calle y ver qué estaba pasando. Se acercó un poco más al centro y vio gente corriendo en todas direcciones, aunque lo que le llamó especialmente la atención es que había bastantes guardianes corriendo en dirección contraria al humo. ¿A dónde iban? Estaban yendo hacia el suroeste... Evie tuvo un mal presentimiento y decidió seguirlos. Tenía que saber qué estaba pasando.

Conforme giraban por aquellas calles entendía cada vez menos lo que ocurría. ¿A dónde estaban yendo? Se dirigían directamente a Olira...

En ese momento las palabras de Kameron volvieron de golpe a la mente de Evie: «Sheol se entregó en cuerpo y alma a una venganza contra los terrenales».

«No. No, no, no, no. No puede ser» —pensó Evie aterrada.

Aceleró el paso y corrió lo más rápido que pudo hasta conseguir alcanzar a varios de los guardianes.

—¡¿Qué está pasando?! ¡¿A dónde vais?! —gritó ella con la esperanza de que alguno contestara. Para su suerte, así fue.

—¡Los seres están atacando Olira! —contestó uno de ellos. El chico, que tenía cortes y heridas por todo el cuerpo, paró a coger aire y ella aprovechó para seguir preguntando.

—¿Cómo de grave es el ataque? Y, ¿qué ha pasado en el norte de la ciudad? ¡Hay una gran columna de humo!

—Las alarmas del suroeste, las que defienden la zona más cercana a Olira, han saltado hace mucho pero los transmisores no funcionan, así que es posible que lleguemos tarde. No sé qué nos encontraremos al llegar —Evie empezó a temblar—. En cuanto al humo, me temo que viene de la Casa del Norte. Sheol ha quemado la arena convirtiéndola en piedra, dos barreras han caído y los seres han entrado a la ciudad... Aquello es un completo caos, pero los terrenales no tienen ni idea de lo que les va encima. Tenemos que ayudarles también; es nuestro deber.

Evie le dio las gracias al guardián y vio cómo se alejaba corriendo. Quería ir también, pero necesitaba unos segundos para asimilarlo y calmarse. Además, ¿qué podía hacer? Sin su poder no servía de nada. Además, ¿dónde estaría Gael? ¿Y el resto? ¿Habrían ido hacia Olira o estarían defendiendo su ciudad?

Justo cuando estaba comenzando a desquiciarse vio a Lucian –el padre de Lía y Gael– yendo hacia ella, cojeando. Parecía venir de Olira. Cargaba a duras penas sobre su hombro a un hombre inconsciente que parecía haber sido herido de gravedad, y el propio Lucian tenía heridas y manchas negras –como si hubiera estado en un incendio– por todo. Evie abrió mucho los ojos al fijarse en la pierna que casi arrastraba; todavía tenía clavada media garra de un demonio. Se acercó corriendo hacia ellos y en un acto reflejo extendió sus manos hacia el padre de Gael para curarle, pero las retiró casi igual de rápido al ser consciente de que no podía. Gruñó de frustración.

Los ojos del Bosque (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora