CAPÍTULO 1

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La muerte es parte de la vida, es la única manera de cerrar ese círculo, que a lo largo de nuestra existencia, nos regala incontables momentos y situaciones que nos definen mientras habitamos la tierra.

Sin embargo, no solo se limita al ser humano, sino a todo ser vivo que mora en nuestro mundo.

Hay especies que forman parte importante, no solo del universo sino de nuestros corazones, y es imposible no sentir dolorosamente la ausencia cuando les toca definitivamente cerrar el círculo de la vida, partiendo a un lugar completamente desconocido, dejándonos solo con los recuerdos, viviendo de esos momentos que fielmente nos ofrecieron por tanto tiempo.

Snow había sido más que una mascota para Rachell y Samuel, había sido un hijo que adoptaron apenas siendo un cachorro, uno al que salvaron de una inminente muerte en ese camino nevado en Valdez.

Llegó a sus vidas cuando atravesaban una de las etapas más trascendentales, justo en el momento que habían expresado el sentimiento que les inundaba el alma, al que se entregaron sin ningún tipo de secretos ni artificios.

Snow había sido el cómplice más fiel de esa oportunidad que el amor les había brindado.

—¡Papi, papi!

Una pequeña de ojos azules corría a su encuentro, unos ojos que en ocasiones, sobre todo cuando se molestaba, se le veían violetas, como los de la madre.

—Hola, mi mariposa princesa. —Le respondió, cargándola con energía y cubriéndole el pecoso rostro de besos, arrancándole divertidas carcajadas, que a él le alegraban el alma. Nada lo hacía más feliz que escuchar las risas de sus hijos.

—Papi, ¿por qué siempre me dices mariposa princesa y a Elizabeth le dices mariposa capoeirista? Yo también quiero ser una mariposa capoeirista —reprochó frunciendo el ceño, juntando las tupidas cejas que había heredado de él.

—Porque tú eres mi mariposa princesa, eres la pequeña de mi reina mariposa —explicó, colocándole un dedo en la nariz, ante la pregunta que Violet nunca se cansaba de hacerle—. ¿Dónde está tu mami?

—En la habitación. —Hizo un puchero y bajó la mirada—. Aún sigue triste porque Snow se fue al cielo. ¿Es malo el cielo, papi? —preguntó, arrastrada por la curiosidad y la inocencia.

—No cariño, el cielo no es malo. Es que tu madre extraña verlo. No podemos evitar sentirnos triste cuando alguien nos hace falta, pero dentro de poco se le pasará. —Le regalaba una caricia constante a la sonrojada y suave mejilla. Caminó con ella a uno de los sofás y tomó asiento—. ¿Y dónde están Elizabeth y Oscar? Será que ya no les importa el padre. —Con su mirada color miel, recorría cada anexo de la sala, esperando que sus otros hijos llegaran a recibirlo.

—Elizabeth está en la habitación con mi mami y tía Roxy; Oscar en su habitación, supongo que intentando ser un buen guitarrista.

—Tu hermano es un buen guitarrista. —Le recordó, mientras la niña le revoloteaba encima, hasta que se paró sobre el sofá detrás de él. Ya sabía que lo que quería era quitarle el saco, y mansamente se dejó.

—Lo dices porque es mi hermano. —Soltó una carcajada y a la vez que hacía esfuerzo por quitarle el saco a su padre.

—Tienes una lengua muy afilada para esos ocho años. —Samuel se carcajeó, divertido.

—Mami dice que es tu culpa.

—Ahora yo soy el culpable de todo —bufó, aflojándose la corbata, sintiendo un gran alivio en ese momento.

—No papi, tú eres un superhéroe, siempre atrapas a los malos.

—Yo no los atrapo, eso lo hace la policía —aclaró, porque no le gustaba que su niña se creara falsos estereotipos sobre él.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora