CAPÍTULO 33

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Las puertas se abrieron en el pasillo que daba al vestíbulo del viejo edificio y al estacionamiento, por donde ellos habían entrado, solo esperaba que hubiese alguien que le abriera la reja.

Caminó con rapidez hasta la salida, pero empezó a retroceder los pasos cuando vio a Cobra abriendo la reja, y trayendo en una mano la bolsa con varias frutas; inmediatamente el corazón volvió a retumbarle con fuerza dentro del pecho.

Él se percató de que ella pensaba huir, pero no dijo nada, solo caminó hasta estar lo más cerca posible.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó, tomándola de la mano y halándola dentro del ascensor—. Te he traído las frutas. —Le mostró la bolsa y la dejó caer dentro del aparato que cerraba las puertas, y él marcaba el octavo piso.

—Gracias, ¿puedo llevármelas? —preguntó con el gran nudo de miedo y angustia atorado en la garganta, observando cómo algunas naranjas se habían salido de la bolsa y rodaban por el suelo del ascensor.

—Elizabeth. —La sujetó por la cintura, pegándola contra el espejo—. No vinimos aquí para hacerlo solo una vez —confesó besándola una vez más, al tiempo que le bajaba de un tirón el pantalón, pero esta vez no le arrastró completamente la tanga, se la dejó enrollada en los muslos.

Ella no quería corresponder al beso, suplicaba por un poquito de autocontrol, mientras se subía la tanga, pero él se encargó de derrumbarle las defensas y quitarle la camiseta.

Elizabeth volvía a temblar entre esos fuertes brazos, dejó caer la mochila, y con la excitación robándole la razón y el miedo, le arrancó la camiseta mientras correspondía con demasiado entusiasmo al beso, sin importarle estar casi desnuda en un ascensor público, porque estaba segura de que era el único que usaba todo el edificio.

—Voy a cogerte dos, tres, cuatro, cinco veces... —prometió Cobra, sosteniéndole las manos por encima de la cabeza, mientras rozaba su cuerpo ardiente contra el de ella y la miraba directamente a los ojos—, y todas las que pueda mientras dure la noche, quiero que te quedes conmigo esta noche... —Volvió a besarla, mientras hacía más intensa la presión de sus manos entrelazadas.

Su lengua se estaba dando un festín dentro de esa boca, entraba, salía y se enredaba, mientras la respiración se hacía cada vez más pesada, y el excitante sonido de sus bocas en el íntimo intercambio, era lo único que los acompañaba.

Desenlazó sus manos y siguió acariciando en descenso, hasta apoderarse de su culo; la elevó y ella se aferró con sus piernas a la cintura, sin dejar de corresponder a sus besos y caricias.

Elizabeth disfrutaba, aferrada a esa espalda poderosa y caliente; no podía siquiera encontrar su voz para una mínima protesta, porque verdaderamente deseaba que él cumpliera esa promesa de hacerle tocar el cielo en muchas oportunidades.

Al llegar al octavo piso, Cobra solo recogió la mochila y salieron en medio de besos; la llevó hasta la sala y la acostó en el sofá, ubicándose sobre su cuerpo, dejando la mochila a un lado.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora