CAPÍTULO 21

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Las camisetas blancas habían llegado el día anterior, y aunque Helena pretendía enviárselas a una costurera para que le hiciera los cambios a su gusto, Elizabeth no lo permitió. No aprobaría que una tradición que habían practicado por años, terminara en manos de alguien más.

Por lo que muy temprano visitaron varias tiendas, en busca de todos los accesorios para decorar las camisetas que usarían en la Feijoada a la que asistirían el sábado.

En ese momento las tres se encontraban sobre una alfombra blanca, rodeadas de retazos de telas, cristales de Swarovski, hilos de diferentes colores, lentejuelas, botones, flecos y muchas cosas más, con las que jugarían a adornar sus camisetas, que llevaban estampado el logo de la Santa Feijoada, que se llevaría a cabo en la granja Santa Gertrudes en São Paulo.

Buscaban crear un diseño exclusivo con cada una, hacer de una simple camiseta algo especial y atrayente, mientras la música electrónica llenaba el ambiente, acompañando sus conversaciones mientras disfrutaban de esos momentos de complicidad.

Casi a medianoche habían terminado, y se sentían realmente satisfechas con sus creaciones. Estaban tan agotadas que ni siquiera se molestaron en recoger las cosas de la alfombra, solo se dieron una ducha y se fueron a dormir, porque les esperaba un día excitantemente largo.

Los despertadores empezaron a sonar a las ocho de la mañana, y cada una en su habitación, se removió perezosa entre las sábanas, sin tener la más mínima intención de levantarse, pero debían hacerlo, no tenían más opciones si querían asistir a la Feijoada.

Elizabeth, después de dar varias vueltas en la cama, decidió levantarse, y arrastrando los pies se fue al baño, del que salió cuarenta minutos después, con las energías en su punto más alto, vistiendo solo un albornoz violeta.

Las escandalosas de sus primas estaban en la cocina, podía escucharlas discutiendo sobre qué desayunarían.

—Lo que sea está bien, si siguen discutiendo solo se nos hará tarde —interrumpió a las pelirrojas, quienes tenían un montón de alimentos sobre la encimera de mármol. Agarró el envase de cartón de claras de huevo—. Helena, prepara las tostadas. Hera, exprime algunas naranjas. Yo haré unas tortillas.

Completaron el desayuno con frutas picadas y yogurt, después de comer se fueron al vestidor. Las camisetas estaban preparadas, cada una distinta a la otra, con detalles en pedrerías que la hacían lucir hermosas. Las tres habían optado por quitarle las mangas y hacerlas más cortas y ajustadas.

Helena se decidió por unos jeans sumamente cortos y ajustados, mientras que Hera y Elizabeth complementaron su atuendo con minifaldas de jean y botas texanas de flecos.

A la una de la tarde subieron a un Rolls Royce negro. No tuvieron que decirles al chofer que las llevara al helipuerto, ya él estaba al tanto de adónde llevarlas.

Dos horas después, el helicóptero blanco aterrizaba en el terreno de la granja, cerca de la imponente estructura colonial, pintada de amarillo y blanco. Al otro lado de un muro de piedras, se encontraban estacionados los lujosos vehículos de los visitantes al evento.

Las tres bajaron sonrientes del helicóptero, mientras protegían sus ojos con lentes oscuros, con una seña le avisaron al piloto que podía volver. Ya sabía que debía regresar por ellas a medianoche.

Se alejaron lo más rápido posible por el camino de grava suelta, para que el viento provocado por las paletas de rotor, dejara de despeinarlas.

En su camino, Hera y Helena empezaron a encontrase con personas conocidas, y se saludaban en medio de besos y abrazos, mientras que a la propiedad seguían llegando por el camino enmarcado en palmeras, autos del año y de las mejores marcas, entre los que destacaban los clásicos: Lamborghini, Ferrari, Porsche, Maserati y Bugatti. También seguían aterrizando helicópteros, otros sobrevolaban la zona, y uno que otro rebelde que llegaba en moto.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora