CAPÍTULO 4

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Decidió escaparse una hora antes de cumplir con su horario laboral, salió del gran edificio en la Avenida Gomes Freire, y como era de suponerse, a esa hora el tráfico era un caos.

Sabía que irse en taxi le llevaría más de una hora llegar a su anhelado destino, por lo que inmediatamente desechó esa opción y se decidió por uno de los transportes públicos.

Llevaba mucho tiempo sin subirse al metro, hasta juraba que había olvidado qué líneas tomar, pero eso no significaba gran problema para él.

Al entrar a la estación Carioca, se sacó el móvil del bolsillo de los jeans que llevaba puesto, y buscó el número del mecánico.

—Alves, quiero buenas noticias. —Casi exigió, mientras bajaba las escaleras casi corriendo, para que no se le pasara el tren subterráneo.

—Cobra, mañana por la tarde la tendrás lista, está quedando como nueva.

—No me interesa que quede como nueva, solo la necesito. Hace una semana que te la llevé y me aseguraste que en dos días la arreglarías.

—Siempre se presentan inconvenientes y te lo dije...

—Estoy siendo comprensivo. —Cortó las explicaciones de Alves, su mecánico de confianza—. Paso por ella mañana en la tarde.

—A las cinco —pidió el hombre al otro lado de la línea.

—Está bien, saluda a la familia.

—Lo haré con gusto.

Cobra finalizó la llamada y mientras se guardaba el móvil, tuvo que correr para que no se le pasara el tren.

No quería esperar el otro, solo quería llegar a su destino cuanto antes; y cerciorarse de que lo que había visto por la mañana, no era producto de su imaginación.

En el vagón le tocó ir de pie, aunque tampoco se preocupaba mucho por encontrar un puesto; y aferrado a la barra de acero, aprovechó para mirar en el mapa interno dónde tenía que hacer el cambio de línea.

Mientras una mujer se le pegaba y lo rozaba más de la cuenta. Disimuladamente la miró por encima del hombro, estaba seguro de que no iba a robarle, que seguramente solo quería rozarle el culo.

Extraño fetiche el de las mujeres, algunas solían ser más pervertidas y arriesgadas que los hombres.

Con cada estación, el vagón se llenaba más; y la osada mujer aumentaba los roces; tanto, que podía sentir que la pesada respiración femenina, traspasaba la camiseta de algodón negra que llevaba puesta.

Cuando la miraba, ella intentaba mostrarse apenada por el excitante momento, pero realmente se lo estaba gozando; estaba seguro de que mucho más que él.

En otro momento se habría volteado y coqueteado con la aventurada desconocida, pero en ese instante su concentración estaba dirigida a otra parte, y no a su infalible amigo entre las piernas.

Después de seis estaciones, en medio de roces, algunos malos olores mezclados con perfumes; después de conversaciones sin sentido, ronquidos, risas y llantos de niños, bajó en Botafogo, para hacer la transferencia de línea.

Cambió de tren y en cada una de las cuatro estaciones restantes, miraba la hora en su reloj de pulsera, hasta que por fin bajó en la General Osorio.

Estaba seguro que tomar un autobús le llevaría mucho tiempo, por lo que prefirió caminar, estaba realmente acostumbrado a hacerlo.

Con contundencia apresuraba el paso, sintiendo la brisa de la costa refrescarle el rostro, asimismo los latidos del corazón se le aceleraban con cada paso.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora