CAPÍTULO 26

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Antes de asistir a la academia, Elizabeth decidió encontrarse antes con Wagner, para disculparse personalmente por haber faltado a la favela el sábado, aunque él le había dicho por teléfono que no se preocupara, ella sí estaba muy apenada, porque él había pagado mucho dinero a esos delincuentes por un mes, y por lo menos debía aprovecharlo.

Pautaron en el Parque Lage, porque era un punto intermedio entre la academia y la universidad donde él estudiaba.

Wagner la estaba esperando sentado en las escaleras de la entrada a la Escuela de Artes Visuales, que era una réplica de un palacio Romano, y formaba parte de la historia de Río de Janeiro. También se encontraba abierta al público, por ser un lugar muy concurrido por los cariocas, donde daban largas caminatas por el jardín de estilo europeo, inmerso entre la atrayente vegetación y anclado al pie del Cristo Redentor del Corcovado.

Al verla, se levantó y trotó hasta ella con la imborrable sonrisa que acentuaba los hoyuelos de sus mejillas, y con los ojos brillantes por el sol de la mañana, deteniéndose justo frente a la fuente.

—Hola —saludó, plantándole un beso en cada mejilla, disfrutando del varonil aroma de la colonia de Wagner—. Creo que llegué a tiempo.

—Sí, aunque solo te iba a esperar cinco minutos —bromeó, mirándola a los ojos—. Acepto que no me hayas acompañado a la favela, si me dices que al menos ganaste una de las apuestas que hiciste.

Elizabeth empezó a caminar y él siguió el paso, mientras disfrutaba de la maravillosa naturaleza.

—De ocho ganamos en tres —comentó, subiendo las escaleras del camino de piedras que la llevaban hacia la gruta, donde estaban los acuarios naturales incrustados en las rocas.

—Entonces fue realmente provechoso ir al hipódromo.

—Sí, supongo que con lo ganado tengo para pagar el próximo mes de mi entrada a Rocinha.

—No, no vas a pagar nada, recuerda que eres mi invitada, y si tanto quieres gastarte ese dinero, puedes llevarme a comer. —Elizabeth soltó una sonora carcajada, ante las ocurrencias de Wagner—. Vas a hacer que salgan volando los pájaros —dijo, divertido.

—¿Por qué?

—Porque tu risa es tan delicada, que por lo menos alcanzó un kilómetro a la redonda.

Elizabeth le golpeó la espalda, tratando de controlar otra carcajada, y él se echó a correr. Sin pensarlo, ella lo siguió hasta la oscura gruta, donde estaba el laberinto de acuarios, por lo único que entraba la luz natural era a través de los cristales que dejaban apreciar a los peces.

Lo alcanzó y le pateó el culo de manera juguetona. Le gustaba mucho compartir con él, porque en muy poco tiempo se había ganado su aprecio; siempre encontraba la manera de hacerla reír y de que lo pasaran bien juntos.

—Ese pez sí que es raro —comentó Elizabeth tocando el vidrio, para llamar la atención del extraño espécimen blanco.

—Así de pálida te veías cuando te conocí. —Wagner se detuvo detrás de ella, llevándole las manos a las caderas, aprovechando el momento perfecto y la oscuridad del lugar para disfrutar de su cercanía—. Aunque ya has ganado un poco de color.

—Muy gracioso —bufó, haciéndose a un lado; al parecer, él notó que le incomodaba, por lo que la soltó y se paró junto a ella—. Mejor salgamos de aquí, me da un poco de miedo este lugar.

—Espero que no te haya molestado mi comentario. —Le hizo un ademán para que caminara a una de las tantas salidas de la gruta.

—Para nada. —Le palmeó la espalda—. Tendrás que esforzarte mucho más si pretendes hacerme sentir mal. Mi autoestima ha sido reforzada desde que nací.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora