CAPÍTULO 23

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—Ahora sí, ¿qué tal el rendimiento de tu chico de favela? —preguntó Helena, quien desde que subieron al helicóptero en Campinas, estaba mordiéndose la lengua para no interrogarla delante del piloto, y las casi dos horas de viaje le parecieron eternas.

—¿Fue él quien te destrozó la camiseta? ¿O fue producto de tu furor? —interrogó Hera sin dejar de seguir a Elizabeth.

—Primero necesito darme un baño, ya después les contaré.

—No, no habrá un después, tiene que ser ahora... Te pongo a llenar la bañera. —Helena corrió hasta el baño de la habitación que ocupaba Elizabeth, abrió los grifos y regresó a la habitación.

Elizabeth se dejó caer sentada en la cama y se quitó las botas, que se estrellaron contra la alfombra.

—Fue explosivo —confesó con una risita pícara, y toda la piel se le erizó con tan solo recordarlo. No pudo evitar cubrirse el rostro con las manos, porque sentía que se estaba sonrojando como nunca.

—Sí que fue intenso —aseguró Hera, al percatarse de cómo estaba la piel de su prima.

—¿Fue él quién te rompió la camiseta?

Elizabeth sin descubrirse el rostro asintió con gran energía.

—Y la tanga también —respondió.

—¿Entonces te alentamos a coger con un cavernícola? —Quiso saber Helena, sonriendo y mirando a su hermana.

—Literalmente. —Elizabeth se descubrió el rostro—. Me hubiese gustado poder repetir, pasar la noche con él... Aunque me hizo volar dos veces, y ambas ocasiones estuvieron igual de intensas, creo que no fue suficiente, todo pasó muy rápido.

—No fue tan rápido, te perdiste por más de una hora.

—¡Una hora! —exclamó, alarmada y sus primas asintieron con total sincronía.

—Si te hizo olvidar el tiempo tienes que buscarlo una vez más, las cosas buenas deben repetirse.

—No sé si nos volveremos a ver pronto.

—Supongo que le pediste el número de teléfono.

Elizabeth negó lentamente, se levantó y se fue al baño sin que sus primas pudieran detenerla.

—Olvidé hacerlo, supongo que estoy esperando que él lo haga primero; además, no llevamos una buena relación. Existen muchos roces entre ambos —comento, desamarrándose la camiseta frente al espejo y fue allí que se vio un chupón en el seno izquierdo, el que terminaría siendo un horrible hematoma.

—Los roces entre ambos son muy importantes, eso produce más placer —dijo Helena, levantándose de la cama para seguirla al baño, porque su prima no iba a dejarla con el cuento a medias.

Antes de que Hera y Helena interrumpieran, se quitó la minifalda y se metió a la bañera.

—No hablo de esos roces, Helena; es decir, hay demasiado ego de por medio... Él está catalogado como el mejor capoeirista callejero... Así fue como me lo presentaron —pensó muy bien sus palabras antes de meter la pata.

—Entonces es un hombre rudo. Con razón te hizo trizas la camiseta y la tanga... No entiendo lo del ego, no creo que a él le preocupe que tú puedas vencerlo.

—No le preocupa que pueda vencerlo, pero quiero hacerlo, quiero y voy a hacerlo; así tenga que recurrir al juego sucio.

—Si te lo coges y lo pones a comer de la palma de tu mano, seguro que se deja ganar —intervino Hera, quien también había entrado al baño y ponía en el perchero un albornoz limpio.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora