CAPÍTULO 12

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—¡Buenas noches! —Las voces de las gemelas se dejaron escuchar al unísono, al tiempo que irrumpían en la sala, donde estaba la reunión familiar de más de una docena de personas.

—¡Hemos llegado! —gritó Hera corriendo con sus tacones hacia donde estaba su madre, a la que abrazó fuertemente.

Casi al mismo tiempo, Helena también se aferró a Sophia, dejándole caer un montón de besos en las mejillas.

—¡Papito! ¡Papito hermoso! —Hera se sentó sobre las piernas de su padre y le cerró el cuello con los brazos, mientras Reinhard reía complacido, ofreciéndole un caluroso abrazo—. Te extrañé.

Helena sabía que Hera se apoderaría de esa manera de su padre, por lo que aprovechó para saludar a sus hermanos, cuñadas y sobrinos.

Recibió besos y abrazos de todos, quienes le elogiaban el magnífico bronceado, a diferencia de Sam, quien era el único que siempre se burlaba de sus pecas y le decía que aunque estuviese bronceada, su cara parecía una galleta con chispas de chocolate.

En la sala todo era una algarabía, Violet les preguntaba a sus tías si les habían traído algún regalo.

Renato, como era costumbre, solo estaba presente físicamente, porque toda su atención estaba concentrada en el teléfono, mientras que Thais algunas veces le exigía un poco de atención hacia la familia.

Liam se encontraba impaciente por marcharse, esa noche tenía planeado salir con algunos amigos, y esa reunión familiar le estaba robando parte de su preciado tiempo.

Oscar conversaba con su tío Ian, mientras las gemelas se robaban la atención de todos los demás.

Aunque Elizabeth estaba atenta a los divertidos comentarios de sus primas, de lo bien que lo habían pasado durante sus vacaciones, pudo sentir el teléfono vibrándole en la mano.

—Mierda —masculló al ver en la pantalla la llamada entrante de Paulo. Se levantó como si fuese un resorte.

Para Samuel no pasó desapercibido la exaltación de su hija al momento de levantarse tan sonriente, pero regresó su atención hacia los presentes, suponiendo que quien la llamaba era el novio.

—Permiso, debo atender. —Se disculpó y se recordó que no debía cojear, porque lo que menos quería era que su familia se diera cuenta del horrible raspón que le adornaba la rodilla, que le causaba una molestia torturante.

Caminó a la terraza con el corazón latiéndole desaforado y una estúpida sonrisa le ganaba la partida. Respiró profundo antes de atender para parecer calmada.

—Hola —saludó cerrando el cristal, al tiempo que le daba la espalda a la reunión familiar.

—Solo dime dónde nos vemos y a qué hora. —La voz de Paulo caló seductoramente en el oído de Elizabeth—. Estoy realmente ansioso por verte.

Elizabeth se mordió el labio y sonrió, era increíble cómo ese chico la descontrolaba. Ella se moría por ir a bailar con él, estaba segura de que si le pedía a sus primas que la acompañaran no se negarían, para ellas un viaje de más de nueve horas no significaba ningún tipo de cansancio, mucho menos una excusa para no divertirse. Pero no era posible, no estaba dispuesta para bailar.

—Paulo, lo siento... No podré ir. —Pudo escuchar un quejido al otro lado de la línea—. Es que tuve un accidente. —Se apresuró a explicar.

—Realmente no puedo creerte, no puedo tener tan mala suerte... Elizabeth, por favor, hice una reserva para esta noche. Vas a perder la oportunidad de comprobar que soy mejor con el baile que con la Capoeira...

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora