CAPÍTULO 16

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Elizabeth había conseguido el permiso de sus padres para pasar unos días con Hera y Helena, en el ático de dos pisos que compartían en uno de los edificios más altos de la zona sur de Río de Janeiro.

La habitación que utilizaban como vestidor, estaba decorada con paredes de espejos, era un espacio envidiable y lo suficientemente grande como para pasarse todo un día escogiendo entre ropa, zapatos y accesorios.

En el vanidoso lugar había dos peinadoras con cómodas sillas, estanterías repletas de maquillajes y perfumes. Sobre repisas reposaban los maniquíes con pelucas de muchos colores, largos y peinados.

Laura Barajas había pasado toda la tarde maquillando y peinando a las chicas, quienes asistirían a un compromiso nocturno del que hablaban muy animadamente.

—Lau, deberías venir con nosotras —propuso Helena, mientras observaba a través del espejo cómo la estilista le ondulaba el cabello rojizo con las pinzas.

—Sí, Lau. Acompáñanos, así disfrutas de una noche carioca. —Apareció Elizabeth, con un conjunto realmente sexi de lencería, del color de su piel.

—Me gustaría acompañarlas, pero no quiero que se retrasen por mi culpa... —Soltó la pinza, y el brillante mechón rojizo cayó rebotando ligeramente—. No traje ropa adecuada, la he dejado en el hotel.

—No te preocupes —dijo Hera, quien se retocaba por quinta vez el color de los labios frente al espejo de aumento—. Llamaré para que te traigan algo.

—No, no es necesario. Será en otra ocasión.

—Laura, no seas tímida —intervino Elizabeth, paseando cómodamente por la habitación mientras iba vestida solo con la ropa interior, sin importarle verse reflejada en los espejos, y ante las demás mujeres, porque ya la habían visto hasta desnuda—. Verás cómo en unos quince minutos llega el pedido. —Le posó las manos sobre los hombros a su estilista y amiga, regalándole una sonrisa.

—Está bien —asintió, mirando a Elizabeth a través del espejo—. Muero por recorrer un poco más la ciudad.

—Enseguida —dijo Hera soltando el pintalabios—. Te traerán la suficiente para que puedas elegir. —Agarró el móvil y buscó entre sus contactos a una de las tantas boutiques de diseñadores exclusivos, que estaban disponible las veinticuatro horas paras las herederas Garnett.

Ellas le hubiesen dado algún vestido, pero Laura contaba con un par de tallas más.

Mientras Hera parloteaba por teléfono, Laura siguió ondulando el cabello de Helena, y Elizabeth regresó al vestidor para ponerse algo de ropa.

No estaba segura de si esa noche tendría sexo con Paulo, pero solo por si las cosas se daban, no le complicaría el trabajo de desnudarla, por lo que se decidió por ropa que fuera realmente fácil de quitar.

Nada conseguía con negarse a ella misma sus propios deseos, le gustaba ese hombre y quería disfrutarlo más allá de unos intensos besos. Estaba segura de que el sexo con él debía ser extraordinario, tan solo le bastaba con recordar el ímpetu de esa lengua haciendo fiesta en su boca, como para obtener señal húmeda entre sus piernas.

Veinte minutos después, llegaban tres mujeres trayendo consigo ropa como para un año, ya las gemelas y Elizabeth estaban listas, por lo que solo se limitaron a mirar todo lo que Laura se probaba.

Pensaron que nunca iban a ponerse de acuerdo con algo, porque si a una le parecía bien, las otras sencillamente le encontraban cualquier defecto.

Eligieron un vestido negro que le llegaba por debajo de las rodillas, con un entallado en piedras debajo de los senos, con un escote en forma de V, que dejaba a la vista uno de los mayores atributos de la estilista.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora