CAPÍTULO 40

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Elizabeth se estaba secando el pelo cuando vio que la pantalla de su teléfono se iluminaba sobre la peinadora con una llamada de su padre, le faltaba más de la mitad.

Tal vez había sido mala idea lavarse el pelo, pero no quería que quedara en ella ningún tipo de rastro de su arrebatada noche con Cobra.

Apagó el secador y contestó:

—Amor, puedes bajar... Ya estamos frente al edificio.

—Sí papá, dame cinco minutos. —Finalizó la llamada y lanzó el teléfono sobre la mesa, se soltó el resto del cabello y con el secador se lo secó un poco, uniéndolo al que ya le había dado un poco de forma con el cepillo, al final se lo dejó suelto.

Se levantó de la silla, agarró el teléfono y salió corriendo de la habitación especial, adaptada para peinado y maquillaje, que tenían las gemelas en el ático.

Justo en el espejo de la salida se detuvo para mirarse una vez más con su vestido corto de verano, cuando se percató de la ligera marca de los dientes de Alexandre en su hombro, por lo que tuvo que correr al vestidor y agarró el primer cárdigan que encontró.

Una vez más salió corriendo, entró al ascensor, donde recuperó un poco el aliento y empezó a hacer ejercicios de respiración para calmarse y que sus padres no notaran su nerviosismo.

Al salir del edificio reconoció una de las camionetas de su abuelo, aun así, el chofer le tocó la bocina y su padre bajó.

Ella inmediatamente sonrió, sintiéndose muy feliz de ver al amor de su vida, y salió corriendo a esos brazos que siempre la esperaban abiertos, para brindarle los más cálidos abrazos.

Su padre también la esperaba con la más hermosa sonrisa y con esos ojos de fuego, brillantes por la felicidad.

—¡Papá! —Se le lanzó encima, colgándosele del cuello y él le abrazó la cintura—. Te extrañé tanto —confesó, haciendo más fuerte el abrazo, le plantó un beso en los labios y otro en la mejilla.

—Yo también mi vida, mi mariposa capoeirista... No tienes idea de cuánto necesitaba este abrazo. —Le dijo, estrechándola en sus brazos con total pertenencia.

—Debemos darnos prisa papá o ya encontraremos a la enana despierta... —Soltó el abrazo y caminó hasta la camioneta, encontrándose con su madre, quien esperaba dentro con esa sonrisa encantadora y amigable.

Subió y se amarró en un abrazo a ella, su padre también subió y la camioneta se puso en marcha.

—¡Mamá! ¡Te ves genial!

—Gracias mi cielo.

—Me encanta tu bronceado —dijo, acariciándole el rostro—. Papá me dijo que te sentiste un poco mal.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora