CAPÍTULO 11

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—Mierda... ¡Dios! ¡Mierda! —murmuró con el pánico haciendo mella en su ser, mientras la bendita canción anunciaba constantemente la llamada de Samuel Garnett.

—¿Se siente bien? —preguntó el taxista mirándolo por el espejo retrovisor, percatándose de que estaba extremadamente pálido.

—No, voy a vomitar... Pare, por favor.

Al taxista le tomó al menos un minuto encontrar un lugar donde estacionarse.

Renato apenas abrió la puerta y sin bajar del auto, devolvió el almuerzo, mientras la angustia le aprisionaba tortuosamente el pecho. El cargo de consciencia aunado al miedo iba a matarlo.

Ni siquiera quería llegar con su hermano, no encontraba una puta solución en su cabeza.

Con el dorso de la mano se limpió la boca, necesitaba desesperadamente poder quitarse el amargo sabor.

—Señor, necesito comprar un poco de agua —suplicó con la garganta ardida.

—Más adelante hay un lugar.

—Se lo agradezco, y disculpe. —Se sentía totalmente avergonzado con el pobre hombre, quien no podía disimular la cara de asco y preocupación.

—Si quiere podemos llegar a un hospital. —Se ofreció de manera amable.

—No, realmente no es necesario, solo estoy un poco nervioso.

El hombre puso en marcha el auto, y de vez en cuando le echaba una mirada al pasajero, lo menos que esperaba era que alguien se le muriera en el vehículo.

*******

Cobra llegó a la casa donde dejaba guardada su moto Aprila cada vez que iba a Rocinha, subió en ella y la puso en marcha, a la mierda el casco protector y los guantes, no tenía tiempo para buscarlos; solo agarró el escapulario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, «La Patrona de Brasil», que colgaba de su cuello, atada a un cordón negro, y la besó.

La Aprila negra con dorado ronroneó entre sus piernas, mientras probaba el acelerador, lo que le llevó contados segundos, aflojó un poco el embrague y arrancó.

Salió a la angosta calle, donde poco a poco fue aumentando la velocidad. Lo bueno de contar con una supermoto, era que no había embotellamiento ni terreno irregular que le impidiera avanzar.

La adrenalina corría desbocada por su sangre, el viento silbaba en sus oídos y movía furiosamente sus rizos cobrizos, mientras que su mirada buscaba atentamente el maldito auto negro que se había llevado a su mariposa.

Se encontró con las primeras escaleras, por lo que se incorporó para bajarlas con rapidez.

Inclinó su cuerpo hacia la derecha y extendió la pierna izquierda, para cruzar y no terminar estrellado contra la pared; siguió por una pendiente y esquivó un par de autos.

Los minutos pasaban y no veía el auto, no importaba cuántos atajos tomara, no divisaba el puto vehículo.

Elevó la parte delantera para acelerar, solo usando el caucho trasero; cayó sobre un charco de aguas negras que lo salpicó; no pudo evitar maldecir la política, al sistema y a todos los hijos de putas responsables de que hubiera botaderos de mierda por todas las calles de las favelas.

Definitivamente el auto se había desviado, y a él, el corazón le golpeteaba fuertemente contra el pecho; se sentía culpable de lo que pudiera pasarle a esa chica, porque estaba seguro de que no le sucedería nada bueno.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora