CAPÍTULO 10

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En el preciso momento que el helicóptero aterrizó en el helipuerto de la mansión Garnett, Samuel se desabrochó el cinturón y bajó sin esperar y sin ayudar a Rachell, dejándola completamente confundida ante su actitud tan poco caballerosa.

Definitivamente algo le pasaba, pero como era costumbre de ese cavernícola, no le diría nada y a ella le tocaría adivinar a qué se debía su rechazo. Estaba claro que Dios le había dado mucha paciencia para soportar a ese hombre por treinta años.

Con lentitud se desabrochó el cinturón, mientras observaba cómo él se alejaba dando largas zancadas, en un intento por huir de ella.

—Gracias, Ayrton. —Le sonrió al piloto que le tendió la mano para ayudarla a bajar, mientras intentaba ocultar la molestia que le embargaba el pecho.

Desde que habían salido de la boutique en Leblon, Samuel no había pronunciado ni una sola palabra. Ella supuso que estaría cansado de haberle acompañado durante todo el día, pero esa actitud iba más allá de un simple agotamiento.

Caminó con rapidez y bajó las escaleras de la plataforma de concreto casi corriendo, e intentó mantener el equilibrio sobre sus tacones, para no terminar rodando escaleras abajo; casi en los últimos peldaños, vio a Samuel decidido a entrar en el ascensor que lo llevaría a la sala de la casa.

—¿Podrías esperarme? —preguntó hoscamente.

Samuel se relamió los labios y se llevó las manos a los bolsillos del pantalón, en un claro gesto de impaciencia, pero no entró al ascensor que esperaba con las puertas de cristal abiertas.

—Adelante señora —ironizó, al tiempo que le hacía un ademán hacia el interior del aparato.

Rachell le dedicó una mirada cargada de molestia y él la siguió, parándosele al lado.

—¿Qué te pasa Samuel? —preguntó, observando cómo él presionaba el botón y las puertas se cerraban—. Sé sincero. —Le pidió, atenta a cómo tras la barba, se notaba que tenía la mandíbula tensada.

—Quien debe ser sincera eres tú —comentó con la mirada al frente—, y dejarle claro a tus amigos, socios o quien mierda sean, que soy tu esposo, dentro y fuera de una cama; que me has parido tres hijos y que llevamos veinticuatro años casados. —Casi exigió, clavando su mirada fuego en los ojos violeta.

—No entiendo a qué viene ese comentario. Mejor dejemos los celos enfermizos para otro momento, por favor —resopló, sin importarle que a Samuel le pareciera que estaba fastidiada.

—Ahora no entiendes a qué viene mi comentario, pero al español del carajo ese le sonreías ante cada uno de sus intentos por seducirte —discutió con la molestia en aumento, con esa bendita agonía que lo atacaba cada vez que los malditos hombres intentaban entrometerse entre ellos.

—¡Por favor! —exclamó, realmente impresionada—. Pablo no me estaba seduciendo, solo estábamos negociando. —Empezó a negar con la cabeza, sin poder creer los estúpidos celos de su esposo. Muchas veces prefería mantenerlo alejado de sus actividades, porque siempre veía que cada hombre la enamoraba, como si esa etapa de deslumbramiento ya no se la hubiese ganado él muchos años atrás—. Ahora te sientes amenazado por un tipo que solo veo a través de una pantalla. Te recuerdo que Pablo está en Madrid.

—Le importaba una mierda la pantalla, cada vez que podía te miraba las tetas... Puedo refrescarte la parte de la conversación en la que te dijo que pensaba visitarte en Nueva York. —Inhaló ruidosamente y chasqueó los labios, tratando de controlar la rapidez con la que circulaba su sangre.

Rachell soltó una corta carcajada de incredulidad y molestia; en ese momento las puertas del ascensor se abrieron y ambos salieron con pasos enérgicos, llevados por la molestia de esa acalorada discusión.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora