CAPÍTULO 7

380 60 29
                                    


«No me gustaría mirar el jardín solamente con espinos... Es muy bueno tener una rosa en el jardín».

Mestre Nô.

Llevaban más de dos horas recorriendo las estrechas y empinadas calles de Rocinha, mientras Elizabeth buscaba atentamente con su mirada la famosa roda, aún guardaba la esperanza de encontrarla. Sabía que otra oportunidad como esa no la tendría jamás en su vida, que Renato no se dejaría intimidar por mucho tiempo, y que no encontraría a nadie más, dispuesto a acompañarla.

—Eli, es mejor desistir, no vas a encontrar ninguna roda. Si tanto quieres practicar, no tengo ningún inconveniente en acompañarte a la academia.

—No quiero ir a la academia, puedo hacerlo cualquier otro día. Quiero contrincantes de verdad, no los mismos con los he combatido toda mi vida.

—¿Por qué eres tan obstinada? —reprochó y desvió la mirada al taxista—. Señor, ¿puede llevarnos de regreso? —pidió, y una vez más se pegaba más a su prima, al ver cómo un motorizado casi le arrancaba el retrovisor al auto.

—No, no señor, solo avancemos un poco más.

—Elizabeth Garnett, ¿sabes cuánto peligro corremos aquí? Eres tú quien corre más peligro. Ni siquiera es seguro que podamos agarrar un taxi de regreso.

—El señor nos va a esperar. —La joven de ojos gris azulado desvió la mirada al chofer—. ¿Verdad?

—Disculpe señorita, pero no podré, ya mi horario termina. Necesito buscar a mis hijos a la escuela —expresó el hombre, sintiéndose algo avergonzado.

Elizabeth hizo una mueca de frustración y resopló, al parecer ese día la suerte no estaba de su lado. Llevaba años queriendo tener nuevos retos en lo que le apasionaba, al parecer tenía que conformarse con sus compañeros de academia, a los que ya les conocía las mejores técnicas capoeirísticas.

Poco a poco su pasión estaba pasando a la historia. Durante sus vacaciones en Río no importaba cuánto se paseara por los principales lugares de la ciudad, a los que su padre creía seguros, no encontraba una bendita roda.

Ni si quiera las veces que había viajado a Bahía, había contado con esa suerte. Inevitablemente, uno de los deportes más lindos, que alguna vez fue consagrado como un patrimonio, lo estaban dejando morir.

Cada vez que hablaban acerca de las rodas en algunas favelas, era como si se refiriesen a algún mito. Todos sabían que aún se mantenían, pero muy pocos las veían, y no porque el maravilloso arte de la capoeira hubiese remontado a sus inicios, en los cuales era penalizado, sino porque ya no había el mismo interés por ese arte.

—Señor, por favor, llévenos de vuelta —determinó Renato, incorporándose un poco más en el asiento, para estar más cerca del chofer que estaba sentado delante de él.

—¡Allá! ¡Allá! —gritó Elizabeth, al ver cómo en una plataforma de concreto que sobresalía de las casas en lo alto de la montaña, había una roda.

Sin esperar que el auto se detuviera completamente, abrió la puerta y golpeó un poste de cableado eléctrico, que parecía ser una intrincada tela de araña, por la cantidad de cables de varios colores entrelazados que iban a todas partes.

Sentía el corazón a punto de explotar, su mito se había convertido en realidad, y era incapaz de contener la gran sonrisa que la hacía lucir más juvenil.

—Disculpe señor —intervino Renato, aún en el asiento trasero, mientras buscaba su billetera. Se había resignado a que debía bajarse en ese lugar, porque si no había logrado convencer a su prima de que eso era una total locura antes de que viera una roda, ahora que lo había hecho ya no lo haría, estaba a punto de pagarle, pero retuvo la tarjeta de crédito—. ¿Será que puede acercarnos un poco más?

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora