CAPÍTULO 5

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Elizabeth era recibida en la academia de capoeira en medio de un fuerte y constante aplauso, no podía evitar sonrojarse ante la muestra de cariño por parte de sus compañeros y el mestre, quienes habían decorado el lugar con varios colgantes de mariposas.

Aunque asistía a una academia en Nueva York, jamás la compararía con la calidez que la embargaba cada vez que visitaba a su gente en Río.

Borboleta, Borboleta —coreaban felices.

El mestre abrió los brazos para recibirla con un abrazo y una gran sonrisa.

—Bienvenida. —Le dijo con sinceridad, mientras la estrechaba con gran pertenencia y le daba un beso en cada mejilla.

—Gracias mestre, estoy muy feliz de estar de vuelta.

—Debes venir más seguido, solo son nueve horas de distancia.

—Quisiera, pero algunas obligaciones me lo impiden.

—Comprendo, no debe ser fácil ser una modelo tan cotizada. —Sonrió, dejando al descubierto su perfecta dentadura blanca, que relajaba ese rostro negro que incitaba al respeto—. Y tu padre, ¿por qué no vino?

—Me trajo, pero estaba algo apurado. Volverá a recogerme en tres horas y prometió entrar a saludar.

—Sigue pensando que eres esa niña que se debe llevar y buscar al colegio.

—No lo supera. —Elevó ambas cejas y sonrió.

Otavio se hizo a un lado para que Elizabeth saludara a sus compañeros, de toda la vida, los que habían aprendido junto a ella todo el arte de la capoeira.

Elizabeth los abrazó uno a uno, hasta que llegó a un hombre al que nunca antes había visto. Él la había estado mirando desde que entró al lugar.

—Hola —saludó, tendiéndole la mano, ofreciéndole amistad y respeto.

—Hola, soy Paulo... Y soy prácticamente nuevo en la academia.

—Paulo lleva un año asistiendo, desde que se mudó a Río —intervino el mestre.

—Soy de Minas, es un placer. —Sonrió, aferrado al cordial apretón en la delicada mano de la chica.

—Mucho gusto Paulo, soy Elizabeth. Bienvenido —dijo con total sinceridad, anclando la mirada en los bonitos ojos grises que curiosamente brillaban.

—Gracias, es un placer conocer a la famosa borboleta. —Le regaló una sonrisa sensualmente torcida.

A Elizabeth le gustó ese gesto que derrochaba seguridad, admitía que Paulo era realmente atractivo. El poco cabello que se asomaba en su cabeza casi rapada, sus pestañas y las cejas, no le dejaban duda de que era castaño muy claro, pero con unos rasgos muy fuertes y pronunciados; unos labios gruesos, común en los afrobrasileños, pero con una nariz recta. Sin duda podía jurar que era una mezcla extraordinaria entre brasileño y europeo.

—Bueno, como apenas se conocen, vamos a iniciar la roda con Elizabeth y Paulo —pidió el mestre, que al igual que al resto de los compañeros de la academia, no pasó desapercibida la química que surgió entre ambos.

—Paulo, te recomiendo que te prepares, porque vas a enfrentar a la mejor capoeirista —dijo uno de los chicos.

Elizabeth se sonrojó un poco, no podía controlar sus reacciones ante los cumplidos masculinos, aunque ese fuese su día a día.

—Entonces no te dejaré ganar. —Se mordió ligeramente el labio y sonrió, desplegando seducción a raudales.

—No tienes que hacerlo. —Retrocedió un paso, al tiempo que se quitaba la camiseta, quedando con el top de spandex blanco, que tenía el logo de la academia sobre el pecho, dejando al descubierto su torso marcado, producto de todos los deportes y bailes que practicaba.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora