iii 𝗜 capítulo tres

634 42 22
                                    

Tanto la jornada como el resto de la semana fueron agotadores y no especialmente por la cantidad de trabajo, sino precisamente por la falta del mismo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Tanto la jornada como el resto de la semana fueron agotadores y no especialmente por la cantidad de trabajo, sino precisamente por la falta del mismo.

Sara era como una hormiga loca, que si no tenía la cabeza puesta en una cosa, terminaba dando tumbos por la finca tratando de encontrar algo en lo que sentirse útil. Primero fue expulsada por Juan de las pesebreras cuando la pilló intentando echar un vistazo a los nuevos ejemplares. Llena de rabia se dio cuenta de que su cuñado seguramente se había aliado con Franco para no dejarla involucrarse en nada relacionado con la hacienda hasta que terminaran aquellas benditas vacaciones.

Menos mal que ya era viernes y solo quedaba el fin de semana de por medio o, de lo contrario, cuando terminara el mes, habría dos Reyes menos en la región de San Marcos.

Entonces quiso ayudar a Quintina y Eva en la cocina, pero ambas le aseguraron que tenían todos los preparativos de la cena bajo control y que no necesitaba echar una mano. Más aliados de Franco, pensó con amargura y deseó con todas sus fuerzas que los juramentos que pronunciaba en su mente fueran oídos por su marido en la oficina. Ella lo amaba con locura, pero solo él tenía el poder suficiente para sacarla de quicio de esa manera.

Rendida y consumida por el aburrimiento, se encerró en el despacho de Franco con sus hermanas y Juan David para matar el tiempo. A pesar de que su sobrino hizo todo lo posible por animarla, Sara no dejaba de pensar en lo miserable que se sentía por no haber podido tocar un caballo durante cinco largos días.

—Ay, cambia esa cara, Sarita—Jimena, que estaba sentada en el suelo, giró la cabeza hacia ella para observarla detenidamente y con expresión contrariada—. Franco no está tratando de torturarte, solo quiere que descanses un poco.

—Jimena tiene razón—convino Norma, también desde el suelo, mientras Juan David estiraba el brazo para mostrarle un trozo de su tren de Lego—. ¡Caray! Nunca he oído a una mujer quejarse tanto porque su marido quiera tratarla como a una reina.

— ¿Qué tal ustedes dos?—resopló, impulsándose en círculos en la silla giratoria—. Seguramente también son compinches de ese esposo mío. ¿Quién será el próximo? ¿Óscar?

—Estás paranoica, hermanita. Además, dudo que Óscar tenga tiempo para nada ahora que se ha convertido prácticamente en mi representante—Jimena sonrió, dejándose ver muy emocionanda—. Está como loco buscando a quién mostrarle mis nuevos diseños.

—Preciosos diseños, por cierto.

—Gracias, Norma.

—Debí haber probado suerte en la hacienda Elizondo—Sara se echó el pelo hacia atrás, irritada por no haber sopesado esa posibilidad antes—. Olegario dice que aún quedan varias pendientes antes de devolver a la hacienda su antiguo esplendor. Tal vez allí hubieran apreciado mi ayuda.

Norma y Jimena se miraron, sacudiendo la cabeza. Su hermana mayor no tenía remedio.

La puerta del despacho se abrió y Sara alzó la vista. Vio a una mujer alta y enjuta con el pelo castaño rojizo bien cortado que vestía una camisa informal. Llevaba una pequeña bolsa de cuero.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now