xiii 𝗜 capítulo trece

457 40 26
                                    

Franco había perdido la noción de cuánto tiempo había estado bajo la ducha, mientras el agua fría purificaba cada poro de su piel, a pesar de que la temperatura dentro de la casa no superaba los veintidós grados

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Franco había perdido la noción de cuánto tiempo había estado bajo la ducha, mientras el agua fría purificaba cada poro de su piel, a pesar de que la temperatura dentro de la casa no superaba los veintidós grados. Necesitaba tener una mente clara y alerta para analizar los últimos acontecimientos y finalmente tomar la decisión correcta.

Mientras la línea de sus pensamientos lo llevaba a una encrucijada—decirle a Sarita que Sofía Quevedo lo había besado o mantenerlo en secreto—, por más que le daba vueltas, tomar una decisión le parecía cada vez más difícil. No quería mentirle a su mujer, pero tampoco deseaba molestarla con un beso que, aparte de lo desconcertante de la acción, no había tenido ninguna importancia.

En ese momento recordó una situación similar que había vivido con Rosario en el pasado. Cuando se topó con ella, iba cabalgando por los terrenos de los Elizondo y, tras un forcejeo con las riendas de su caballo, acabó golpeando el suelo. En cuanto Franco corrió a ayudarla, la cantante aprovechó su cercanía para robarle un beso. En ese entonces, decidió que era mejor no decirle nada a Sara.

Franco sabía perfectamente lo desconfiada que era su mujer del apellido Quevedo. Revelarle algo así solo alimentaría sus dudas, lo que anularía por completo la posibilidad de un futuro entendimiento con los nuevos vecinos. Todavía no había decidido si condenar a Pablo y Ernesto por la osadía de su hermana.

Suspirando, abrió la puerta de la ducha y tomó una toalla para envolver alrededor de su cintura. Gotas de agua corrían por su cuello y comenzaron a viajar a lo largo de la línea de su pecho. Tenía que ser sincero, pensó, tenía que confesarle a Sarita que siempre había tenido razón y que era mejor mantener las distancias con Sofía Quevedo.

— ¿Amor?—oyó que se abría la puerta del dormitorio, seguida de unos pasos—. Franco, ¿estás aquí?

—¡Ya voy, mi amor!

Se dijo que había llegado el momento. Agarró todo el aire que le permitían sus pulmones para armarse de valor, y salió al encuentro de su esposa. Esa noche estaba más linda que nunca, si eso era posible. Llevaba uno de sus jeans ajustados, mientras que para la parte de arriba había optado por una blusa blanca y una chaqueta. Ella le sonrió al verlo y todo el coraje que había logrado reunir terminó por desvanecerse.

—Sara, hay algo que debo... —No. No podía ser él quien borrara esa sonrisa—. No importa.

La aludida frunció el ceño y dio unos pasos hasta que estuvo más cerca de él.

— ¿Sucede algo?

Franco trató de defenderse, pero fue como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta y se negaran a salir. Su mente gritaba que nada bueno obtendría de ocultar la verdad, pero su corazón estaba decidido a guardar silencio. Finalmente decidió escuchar al segundo. Franco prometió resolver el asunto por su cuenta, sin tener que lastimar a Sarita en el camino.

LOS HEREDEROS〘franco reyes & sara elizondo〙Where stories live. Discover now